Móvil inmóvil: La canción de nuestros días


El tono es poético aunque utilice un lenguaje de extrema sencillez. Ese mundo sencillo va cobrando matices más ricos y complejos, hasta que el horror llega como una guacalada de agua fría y al final tenemos un nudo en la garganta.”

Ricardo Lindo


En la Muestra nacional de teatro 2009, en la pequeña sala del Teatro Nacional de San Salvador, se presentó a finales de mayo la nueva producción de Teatro Estudio de San Salvador.

Unos años atrás su director, Fernando Umaña, logró lo que parecía imposible: volver dinámica una pieza inmovilista, Luz negra de Álvaro Menéndez Leal. La volvió incluso interesante, pese a tratarse de una obra bastante aburrida. Hoy ha llevado a cabo el montaje de otra obra inmovilista, La canción de nuestros días de otro autor salvadoreño, el narrador y poeta Jorge Ávalos, quien ya antes había hoyado los caminos de la dramaturgia. Ávalos presenta así su obra: “Teatro de la quietud. Un espacio donde voces olvidadas o perdidas se reúnen a la sombra de un almendro para tejer una historia común con los hilos de la memoria. Tres voces, una historia: La canción de nuestros días recrea la vida de tres hermanas en el mundo inhóspito de las zonas montañosas de norte de Morazán, El Salvador, poco antes de que la guerra transformara ese mundo para siempre.”

Mucho relaciona la obra de Ávalos con Luz negra. Se trata de que los muertos nos digan su versión de hechos monstruosos donde fueron víctimas, se trata de la crueldad y de la injusticia. Pero, si la obra de Menéndez Leal transcurre en un espacio hipotético, que pudiera situarse en cualquier lugar del mundo, Ávalos habla de un lugar concreto —un mundo patriarcal y al margen de la civilización, aislado en las montañas de nuestra tierra—, y de un hecho concreto —la guerra que vivió El Salvador no hace mucho.

Poema para voces, La canción de nuestros días ha sido montado por Fernando Umaña como tal. No veremos aquí las luminosas ruedas conteniendo las cabezas cortadas que hacía girar en su versión de Luz negra, no veremos grandes efectos. Sobriamente, tres mujeres jóvenes sentadas en sillas paralelas van alternándose para narrar su historia, la historia del amor que la guerra destruye. El tono es poético aunque utilice un lenguaje de extrema sencillez. Ese mundo sencillo va cobrando matices más ricos y complejos, hasta que el horror llega como una guacalada de agua fría y al final tenemos un nudo en la garganta.

No hay aquí una opción política, una acusación que pudiera ser esgrimida por un bando contra el otro. Pero hay una acusación más vasta y no es únicamente la guerra vista desde un ángulo pacifista, sino asimismo el mortuorio redoble de campanas sobre esas comunidades de sencillez evangélica que se van hundiendo en el pasado, aquí y en todas partes del globo. El drama del pequeño pueblo de Morazán va más lejos: es un poema miles de años cantado el que perdemos con él.

Menéndez Leal, hombre de gran ingenio y extraordinario cuentista, logró que Luz negra fuera traducida a diversos idiomas y montada en varios países, pero, ya con la perspectiva que da el tiempo, vemos en ese trabajo suyo un humanismo artificioso y frío. La obra que ahora nos presenta Teatro Estudio, en cambio, tiene vida.

Tres actrices nuevas en escena, Marlen Argueta, Gabriela Avilés y Jennifer Vásquez, han interpretado sus papeles con contención, con mesura, con efectividad.

Ha sido dicho tanto con casi nada. Esta vez Fernando Umaña ha ganado la apuesta siguiendo el camino inverso y también la ha ganado el poeta Jorge Ávalos.


Lindo, Ricardo. “Móvil inmóvil”, El Faro, San Salvador, lunes 4 de junio de 2009.