tag:blogger.com,1999:blog-79023790335135127512024-03-13T05:33:00.914-07:00Jorge ÁvalosUn escritor y fotógrafo en El SalvadorJorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comBlogger6125tag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-60878441507464029572012-12-09T23:27:00.005-08:002012-12-09T23:45:39.979-08:00La inquisición de la crítica teatral<h6>
Jorge Ávalos</h6>
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La semana pasada se publicó en <i>El Faro</i> un artículo mío, en efecto la crítica de una crítica teatral, que generó muchas discusiones y me atrajo mucha correspondencia. El artículo, titulado "El ballet 'Don Quijote' ante la crítica", estaba escrito en términos muy fuertes porque se trataba, a mi manera de ver, de la denuncia de una acción antiética desde un medio de prensa. Me enfoqué en un texto en particular escrito por Héctor Ismael Sermeño y publicado por <i>La Prensa Gráfica</i> el lunes 18 de abril del corriente año.</div>
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Sé que mi artículo fue discutido en varios foros. Yo no tengo acceso a ellos pero recibí copias de muchos de esos comentarios que circularon en cadenas de correos y partir de ellos algunos patrones de pensamiento se han hecho evidentes. Uno de los temas más discutidos en torno a lo que yo escribí es si una persona debería tener el derecho a ensañarse contra otra en un medio de prensa. La mayoría de las personas opinaron que no. Aída Párraga, por ejemplo, escribió: "Para mí el problema empieza cuando perdemos el límite del respeto, hablar es nuestro derecho inalienable, pero insultar no, como tampoco lo es hacer mofa, burla y menosprecio de otro ser humano".</div>
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Yo creo que Aída, como todas las personas que opinaron como ella, tienen razón. Ni yo ni nadie tenemos el derecho a usar el espacio de los medios, o de <i>El Faro</i> en particular, para insultar, mofarse, burlarse o menospreciar a otro ser humano. Los límites razonables para esto no son tan claros como parecen a simple vista, pero sin lugar a dudas, los editores de este semanario virtual, tan importante como contrapeso de los otros medios, necesitan considerar esto y determinar una clara línea de conducta, que no necesita ser rígida sino justa. Por ejemplo: la sátira, la caricatura y el humor son absolutamente necesarios.</div>
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Al incorporar a mi análisis de la crítica de Sermeño comentarios que hacían mofa de sus habilidades como escritor yo crucé una línea que no debí haber cruzado. Por esa razón yo le pido mis más profundas disculpas a Sermeño y a los lectores de <i>El Faro</i>.</div>
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Estoy casi seguro de que nunca antes he escrito algo parecido a mi último artículo, con términos tan fuertes, en este semanario, y si ha sucedido ciertamente no fue intencional. De hecho, mis sentimientos naturales se han ubicado siempre en contra de los más injustos ataques personales. Una carta de David Hernández difamando a Horacio Castellanos Moya y publicada en <i>El Faro</i> me indignó tanto que escribí una respuesta. Quienes hayan leído ese artículo saben que nunca, en ningún momento, dije una sola cosa mala contra Hernández. Simplemente me dediqué a demostrar cómo las acusaciones que él hacía en su artículo eran falsas. Sus propias palabras demostraron su error.</div>
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Es un gran consuelo para mí saber que tantos artistas se hayan declarado en contra de cierto tipo de abusos que se pueden generar en torno a la práctica de la crítica. Ahora sabemos que numerosos artistas se oponen a cierto tipo de ataque: sobre todo, al ensañamiento personal y al uso de cierto tipo de epítetos. Durante mucho tiempo Sermeño, en sus numerosos artículos publicados en <i>El Faro</i> recurrió a epítetos como "mediocre" o "ignorante" o "incapaces de entender" para referirse a artistas, a los matutinos o, incluso, al público. Y durante mucho tiempo, Sermeño ha utilizado sus espacios de crítica para ensañarse contra artistas individuales de forma injustificada. No soy yo el que ha señalado esto, porque yo nunca antes había hablado sobre este tema en un medio de prensa.</div>
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En un artículo escrito por Elmer L. Menjívar y publicado en <i>La Prensa Gráfica</i> el domingo 18 de julio de 2004, los directores de teatro Roberto Salomón y Fernando Umaña se expresaron abiertamente sobre la actividad de Sermeño como crítico. Sobre el estilo "directo, beligerante y sin concesiones" de Sermeño, como lo describió Menjívar, Umaña dijo: "me parece folclórico, fuera de lo políticamente correcto. Me gusta cuando hace las cosas con el hígado". Y de Salomón, Menjívar escribe que "señala que critica 'no en la lógica de lo que está viendo, sino en la lógica de lo que quisiera que se viera' y resiente el ensañamiento contra algunos artistas, lo cual considera innecesario".</div>
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Con respecto a la Fundación Ballet de El Salvador, en dos años consecutivos, Sermeño alcanzó un nivel inesperado de ensañamiento contra sus artistas. Los atacó sobre bases falsas, fabricando o falsificando información. Esto es algo que yo he discutido ampliamente con los bailarines y bailarinas del ballet, y con sus coreógrafos y productores. No es difícil probar que en este caso los artistas tienen la razón: cuentas contables, fotografías, videos y otros documentos lo demuestran. Pero ellos no sabían cómo responder, no sabían qué hacer. Estoy seguro que los artistas que se han indignado por mis fuertes palabras sobre Sermeño, se habrían indignado contra Sermeño si se hubiesen dado cuenta de cuán destructivos han sido sus comentarios contra las dos últimas producciones de ballet. Sobre todo porque son tan desconcertantes, porque sus ataques son inexplicables a la luz de los logros concretos.</div>
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Algunas personas han sugerido que un crítico no debería ni responder ni criticar las opiniones de otros críticos. Ese planteamiento es contrario a la práctica de la crítica, que es dialógica por naturaleza: no existen verdades absolutas y un comentario crítico, por lo tanto, es sólo el inicio de un diálogo, es una provocación calculada y razonable que torna la experiencia de la recepción de una obra en un objeto de discusión. Mientras más discusión genere la crítica, y mientras más puntos de vista variados e incluso contrarios genere su lectura, mejor. Al mismo tiempo, todas las personas que escribimos y publicamos en los medios estamos sujetos a ser elogiados, criticados, reprochados, malinterpretados, cuestionados e insultados. Son gajes del oficio.</div>
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Pero hay una enorme diferencia entre estar en desacuerdo con un crítico y en denunciar errores, mentiras o falacias en los que éste ha incurrido deliberadamente. Si un crítico abusa de su poder de acceso a los medios suprimiendo o falsificando información con el propósito de generar sentimientos o valoraciones negativas en torno a un artista o a una obra, ese crítico merece ser denunciado. Ya no estamos hablando aquí de sus opiniones sino de un comportamiento claramente deshonesto. Ante esto hay que reconocer que la mayoría de los artistas escénicos en este país, y con mucha razón, tienen miedo de las represalias de los medios de prensa o se sienten incapaces de articular sus opiniones efectivamente. Un elemento que cohíbe a los artistas escénicos de hacer uso de su derecho de réplica es que los espacios periodísticos son absolutamente esenciales para ellos, pues trabajan en función de llegar al mayor público posible. Todo reportaje, toda publicidad, todo comentario que pueda despertar el interés de una persona más es crucial para una compañía de teatro o de danza. Sin embargo, necesitamos como sociedad llegar al acuerdo básico de que la difamación no tiene lugar en el mundo de las artes y de que es una responsabilidad compartida de los artistas y de los medios evitar los abusos indiscriminados.</div>
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Durante dos años consecutivos las producciones de la Fundación Ballet de El Salvador han sido el blanco de ataques muy deshonestos por parte de Sermeño. ¿Tiene esta institución el derecho de mostrar su indignación porque los comentarios destructivos publicados por este crítico en <i>La Prensa Gráfica</i> no se realizaron sobre "fuentes reales, verdaderas"? Por supuesto que sí. Que sea bienvenida cualquier denuncia razonable y justificada (con evidencia concreta) por parte de los artistas, del público o de quien sea.</div>
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Si vamos a tener crítica de las artes escénicas, entonces también necesitamos espacios abiertos a los artistas para que ellos puedan responder a las críticas si es necesario. Y definitivamente, necesitamos mantener abiertas las puertas del periodismo sobre las artes a las opiniones, intenciones y provocaciones de los artistas. Y nadie debería tener miedo a un buen insulto, a una observación audaz. No pueden los medios de prensa dejar de reportar una sorprendente ironía o un agudo comentario personal sólo porque el decoro o la mojigatería no se los permite. Si los medios caen en ese tipo de autocensura nunca sabremos si hay en nuestro país un Oscar Wilde, un Bernard Shaw o un Karl Krauss. No son las palabras dulces las que hacen más verde el prado. Y si una mala crítica fertiliza un debate productivo, bienvenida sea. La libertad de expresión sólo nos hará más fuertes.</div>
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Mientras tanto, la vida continúa y la tierra sigue su curso celestial, o como dijo Galileo: "Y sin embargo se mueve".<br />
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<i>Este artículo de opinión se publicó originalmente en <a href="http://archivo.elfaro.net/Secciones/El_Agora/20050502/ElAgora7_20050502.asp">El Faro</a>, el 2 de mayo de 2005, pero fue retirado de </i>El Faro<i> el 4 de mayo de 2005, fue acompañado de la siguiente nota editoria. En la nota de opinión se da una explicación falsa del retiro de mi artículo. En realidad, por lo que sé y me fue explicado por otros periodistas de </i>El Faro<i>, es que el editor de la sección cultural, Elmer Mejívar, decidió retirarlo en un simple y ordinario acto de censura realizado para proteger a su amigo Héctor Ismael Sermeño.</i><br />
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<span style="font-size: large;">Aclaración sobre artículo de Jorge Ávalos</span><br />
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<b>El Faro</b><br />
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<span class="Apple-tab-span" style="white-space: pre;"> </span><br />
Varios lectores han escrito preguntando por qué una columna de Jorge Ávalos fue retirada de nuestro periódico a mitad de la semana pasada. El texto, titulado "El ballet 'Don Quijote' ante la crítica", despertó gran controversia entre quienes alcanzaron a leerlo, y frustración en quienes abrieron <i>El Faro</i> y no lo encontraron.<br />
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El artículo fue subido por error a nuestra página. Por principio, <i>El Faro</i> no publica cadenas de correos, y el escrito de Ávalos había llegado como tal. Por esta razón, el editor de la sección cultural decidió bajarlo de la edición.<br />
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Desde nuestro primer número, el 15 de mayo de 1998, decidimos que por regla publicaríamos sólo material que hubiera sido escrito exclusivamente para <i>El Faro</i>. Esto nos da una lógica ventaja competitiva frente a otros medios. <i>El Faro</i>, como todo medio de comunicación, se reserva el derecho de publicar o no cualquier material.<br />
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Ávalos es y ha sido desde hace varios años un constante colaborador de este periódico y uno de los críticos de arte más respetados del país. Sus artículos han siempre enriquecido nuestras ediciones y despertado el interés de muchos lectores.<br />
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Es un colaborador con el que a menudo discutimos contenidos y propuestas de críticas, de la manera más abierta y honesta. Él es el mejor testigo de que en <i>El Faro</i> no se ejerce censura, y que nos guían sólo los principios de una publicación responsable.<br />
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En su más reciente colaboración, la de esta semana, reconoce haber cometido más de algún exceso en el texto anterior, lo cual lo engrandece como crítico y como persona.<br />
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Es también turno de <i>El Faro</i> de reconocer nuestros propios errores. "El ballet 'Don Quijote' ante la crítica" fue publicado y, una vez hecho esto, debió haber permanecido en nuestras páginas. Pedimos disculpas a nuestros lectores.<br />
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Esta nota puede ser encontrada en la sección de opinión de <a href="http://archivo.elfaro.net/secciones/Opinion/20050502/Opinion6_20050502.asp">El Faro</a>, también el 2 de mayo de 2005.</div>
Jorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-80428956831732589242009-11-26T13:54:00.000-08:002012-06-27T15:24:15.423-07:00Blasfemias<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-3Oi0iWKbbkw/T-uHvWeKloI/AAAAAAAABnI/pp-z3OhUJOY/s1600/Viridiana+last-supper.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="176" src="http://1.bp.blogspot.com/-3Oi0iWKbbkw/T-uHvWeKloI/AAAAAAAABnI/pp-z3OhUJOY/s320/Viridiana+last-supper.jpg" width="320" /></a></div>
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<span style="background-color: white;">Jorge Ávalos</span></h6>
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En 1962, una producción cinematográfica de Luis Buñuel perturbó al mundo por sus ataques a la Iglesia Católica y por el uso «blasfemo» de ciertas imágenes. Funcionarios políticos y religiosos alrededor del mundo clamaron por la censura de <span style="font-style: italic;">Viridiana</span>, la película al centro del escándalo.</div>
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En medio de la algarabía, Ignacio Ellacuría tomó una vía alterna. El joven sacerdote y filósofo español, que se encontraba en Londres, le escribió una «carta abierta» a Buñuel. Ellacuría no sólo se oponía a la censura, también descubrió que el valor artístico de <span style="font-style: italic;">Viridiana </span>radicaba precisamente en sus imágenes irracionales, como la emblemática «última cena» interpretada por un grupo de mendigos.</div>
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La «Carta abierta al director de <span style="font-style: italic;">Viridiana</span>» es un documento singular en el corpus ensayístico de Ellacuría. En ella, se cuestiona el logro artístico de Buñuel porque no fue capaz de llevar su invectiva aún más lejos. Hay una diferencia, señaló Ellacuría, entre el signo y el significante, entre el imaginario católico y la Iglesia en sí. La «última cena» en Viridiana, ¿es una parodia del evangelio o de Leonardo?</div>
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Una cosa es examinar la naturaleza de la vocación religiosa, otra cosa es reducir las concepciones populares de la religión a un espectáculo de parodias superficiales. Cuarenta años después, las objeciones de Ellacuría contra la película de Buñuel aún están vigentes. Y <span style="font-style: italic;">Viridiana </span>es recordada como un clásico del surrealismo, un catálogo de imágenes irracionales, no como un ataque a la Iglesia.</div>
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En 1980, Graham Greene, el autor de <span style="font-style: italic;">El poder y la gloria</span>, señaló que la Iglesia Católica y sus representantes se jugaban la vida, literalmente, en El Salvador.</div>
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«No debemos olvidar nunca», escribió, «que Oscar Arnulfo Romero es, después de Tomás Becket, sólo el segundo arzobispo asesinado en un santuario religioso en dos mil años de historia».</div>
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Eso, y el asesinato sistemático para silenciar las voces de tantos catequistas, monjas y sacerdotes en nuestro país, incluyendo a Ellacuría, constituyen la verdadera blasfemia: la censura llevada a su más brutal extremo.</div>
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<span style="font-weight: bold;">Ávalos, Jorge. “Blasfemias”, <span style="font-style: italic;">La Prensa Gráfica</span>, 23 de noviembre de 2002.</span> Esta columna de opinión se publicó en el contexto de un fuerte debate sobre la censura por el Gobierno de la película mexicana <span style="font-style: italic;">El crimen del padre Amaro</span>, una censura que la Iglesia Católica solicitó y avaló.Jorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-2100927791117667582009-11-25T17:55:00.000-08:002009-12-06T14:54:34.269-08:00Historia de un amor<span style="font-style:italic;">Carta a mis colegas periodistas informando de mi renuncia como colaborador de</span> La Prensa Gráfica.<br /><br /><br />San Salvador, miércoles 21 de Julio, 2004<br /><br /><br />De: Jorge Ávalos<br />A: Mis amigos y colegas<br /><br /><br />Necesito informarles que he dejado de colaborar para <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>. El sábado 17 de julio, debió aparecer en la sección cultural una columna mía titulada «Angelitos». La columna no apareció porque fue censurada. Hacía referencia a una exposición homónima en Photo Café que estará allí hasta el 9 de agosto. La exposición, que contiene fotos históricas de hace un siglo, fue preparada y curada por el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), una institución guatemalteca. <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> me paga por mis artículos no por mis ideas, sin embargo las comparto generosamente y hay muchas actividades y eventos que han sido cubiertos por otros periodistas para la sección cultural o para la Revista Dominical a partir de mis propuestas. Nunca he tenido ningún interés personal al hacer estas cosas; simple y sencillamente creí que era valioso que el lector tuviera acceso a esa información. No hice nada fuera de lo común cuando la semana del 5 de julio, propuse un especial, más gráfico que textual sobre esta colección de fotografías de CIRMA.<br /><br />La exposición, que abrió el viernes 9 de julio, no fue cubierta ni como noticia cultural ni como especial en <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>. La razón, y esto es algo que <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> no podría negar, tiene que ver con el contenido de las fotos: los «Angelitos» en cuestión son niños muertos. Las fotografías parten de una tradición europea llamada «memento mori» que fue asumida por las comunidades centroamericanas y enriquecida con el imaginario católico e indígena. A diferencia de la fotografía mortuoria europea, en la centroamericana los familiares despliegan una imaginación barroca al decorar a sus muertos con puestas en escena que incluyen estatuas de ángeles y cochecitos decorados con exquisita fantasía. Son fotografías realmente muy hermosas. Y al leer la información histórica que sustenta esta exposición llegamos a comprender algo que ahora nos parece casi inaudito: los familiares trataban así a sus hijos muertos y guardaban la memoria de sus niños de esta manera porque en su profunda religiosidad católica creían que la vida era sagrada: sus angelitos, que iban directo al cielo, habían sido una gracia compasiva aunque fugaz de Dios.<br /><br />De allí mi profunda amargura cuando los lectores de <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> no fueron informados de forma sustancial sobre esta exposición. Así que escribí una columna explicando la razón de mi decepción. Usé palabras muy fuertes: hablé de «censura» y de «doble moral». No lo lamento porque así soy yo y así escribo. Mis cuarenta columnas anteriores contienen el mismo tipo de lenguaje, el mismo tipo de ironía, el mismo tipo de síntesis expositiva y el mismo tipo de argumentación dialéctica. Tampoco era la primera vez que escribía con palabras muy fuertes sobre un tema que me preocupa. La diferencia en este caso es que el editor de la «sección blanda» del periódico (cultura, sociales y deportes) se sintió aludido y la censuró bajo el brillante argumento de que en <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> no hay censura. También escribió un memorando en el que argumentaba que yo no era nadie para dar «lecciones de periodismo», que a mí sólo me pagaban «para escribir crítica» y sugirió que si yo tenía intereses personales en Photo Café entonces debía «buscar otro foro». La implicación de este último punto es que yo tengo un conflicto de intereses económicos en relación con ese centro cultural. En el ámbito periodístico esa es una acusación muy seria. Dado que es absolutamente falsa, constituye un acto de difamación.<br /><br />El memorando y el rechazo de mi columna ocurrieron el viernes 16 de julio. Ese día recibí una llamada de la coordinadora de la sección cultural informándome que yo tenía dos opciones: a) escribir otra columna con un tema completamente distinto; o b) incorporar el punto de vista del editor a mi columna de opinión, la cual aparece claramente identificada con mi nombre y mi fotografía. Yo rechacé ambas opciones y hablé con el editor para discutir todo esto. «¿Por qué», le pregunté, «no publicás mi columna y respondés a ella? Tenés el poder, los recursos y el espacio para hacerlo». Él no aceptó ninguna propuesta que implicaba publicar esa columna y, por lo tanto, mi respuesta final fue: «Entonces no habrá columna mañana». Pero no tenía por qué haberlo dicho. Antes de hablar conmigo, él ya lo había decidido y así me lo expresó. Por un lado, el editor no parecía saber que en las páginas de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>, que refleja con suficiente fidelidad lo que está ocurriendo en la sociedad, se publican rutinariamente fotografías de estudiantes asesinados (recuerdo cinco sólo en las primeras dos semanas de julio). Por otro lado, tampoco parece comprender que los silencios de la cobertura de un periódico en ocasiones dicen tanto como lo que se publica, y entre lo que se publica y lo que es silenciado se crea un nuevo discurso. Intencional o no, ese discurso llega al lector. El editor rechazó mi columna porque contiene un incómodo grano de verdad. Lo que comprendí, a partir de nuestra conversación, es que los dos hechos centrales que sostienen mi argumento no son rebatibles precisamente porque son hechos, y como ya sucedieron también son, por lo tanto, innegables. Eso significa que mi columna, sean mis conclusiones correctas o no, sí logran revelar esa contradicción de propósitos que a veces llamamos «doble moral».<br /><br />El silencio periodístico que rodeó la exposición «Angelitos» contrasta muy drásticamente con el hecho de que durante el último año <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> ha publicado en las noticias nacionales numerosas imágenes de niños muertos, principalmente estudiantes balaceados o apuñalados, descansando solitariamente sobre lunas de sangre o rodeados de familiares angustiados por el dolor. Algunas de estas fotografías han aparecido, incluso, en la portada, precisamente porque la violencia se ha convertido en algo tan cotidiano. En una edición reciente de <span style="font-style:italic;">La Prensa</span>, aparece la imagen de un fotógrafo que posicionó su cámara directamente sobre la ventanilla del ataúd, para que tuviéramos una visión clara de una joven mujer cuyo rostro estaba hinchado por golpes y laceraciones. ¿En qué me ayuda a mí, cómo lector, este tipo de amarillismo? Y sin embargo, no es eso lo que cuestiono porque <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> tiene el derecho (y para algunos, la responsabilidad) de publicar esas imágenes. Lo que yo cuestionaba en mi última columna, la que fue censurada, es el silencio de <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> alrededor de esa otra manera de ver la muerte que no es sino otra manera de comprender el valor de la vida. Discúlpenme los ateos por reconocer el hecho de que las fotografías en la exposición «Angelitos» representan un paradigma infundido con la espiritualidad y los valores de la fe católica. Discúlpenme aquellos que creen que tratar la condición humana en su dimensión cultural y subjetiva no tiene lugar en un periódico. Yo sí creo que la vida es sagrada y creo que al no hablar de «Angelitos» hemos perdido una oportunidad preciosa y única para hacerlo porque nos habría permitido cuestionar también esas otras fotografías que vemos cotidianamente en los periódicos matutinos y la actitud que representan, una actitud que nada dice acerca del valor de la vida.<br /><br />Al hablar con ese editor de <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> y al escuchar sus argumentos a favor de la censura de una columna de opinión comprendí que un pacto, hasta entonces inviolado, se rompía en mi relación de dos años como colaborador. Y comprendí que esta situación de excesivo celo y control editorial hacia mi trabajo se repetiría una y otra y otra vez. Así que necesito ser muy claro: no renuncio a mi labor como colaborador porque censuraron una columna. Que nadie se haga ilusiones; la censura a veces sucede: es una realidad del periodismo que pasa oculta bajo el proceso diario de la selección y diseño de la pauta. Pero generalmente, en condiciones normales, es como una fiebre ocasional y no acarrea malas consecuencias. Además, eso mueve al escritor a un constante juego estilístico, pues siempre hay maneras de ironizar o de aludir implícitamente lo que no se puede exteriorizar. En una columna titulada «Letras» me burlé del concurso literario Letras Nuevas que <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> anunció con bomba y platillo, y con un pomposo nivel de cobertura que ningún premio Nóbel ha recibido; decenas de correos me indicaron que los lectores habían comprendido un mensaje que yo creí era demasiado críptico. Y en una columna titulada «El Gigante» me burlé del servilismo verbal de los medios que llamaron «guerra» a la invasión militar de Irak. Cualquier niño que busque la palabra en un diccionario sabría que eso no fue una guerra. Nombrar las cosas con precisión es la primera lección de redacción de prosa que yo aprendí. No es algo tan obvio como parece; en el periodismo es crucial reconocer las distinciones: de allí que los medios se mantengan firmes en llamar actos violentos a los actos violentos en las calles de San Salvador, aunque algunos insistan en llamar a eso «libertad de expresión».<br /><br />En mi actividad como escritor necesito ser honesto conmigo mismo y llamar las cosas por lo que son. El precio de una columna no compra la integridad de un escritor, al menos no compra la mía. Este incidente de censura fue demasiado perturbador para mí porque fue acompañado de una calumnia y de una vana demostración de poder cuando lo único que se necesitaba era la apertura a un diálogo. Un columnista es un intelectual que debería tener la libertad para hacer cuestionamientos profundos y provocativos; y esa libertad debería extenderse para cuestionar el medio que gestiona su voz, si el proceder del medio amenaza con condicionar o relativizar la validez misma de la libertad de expresión. Sé que hay personas que piensan que mi labor en <span style="font-style:italic;">La Prensa</span> era importante. A ellos, tanto como para los que no piensan así, quiero decir esto: cuando se cierra una puerta a un diálogo necesario, hay que abrir otra, y cuando no se encuentra nada más que un muro de ladrillos entonces hay que abrir un boquete para entrar y hacer posible ese diálogo. Sucede que cuando llegué por primera vez a <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> no conocía a nadie. Llegué con un portafolio de mi periodismo y mi fotografía bajo el brazo, y con un entusiasmo rebosante de ideas. Así me abrí camino: con los méritos de mi trabajo. Para mí fue una parte importante de mi relación de amor con las artes, una forma imaginativa de aplicar mis estudios y una actitud ante la vida que se basa en este supuesto personal: cuando las artes alcanzan un alto grado de belleza es porque el artista ha encontrado el camino de su verdad, de la verdad. Siempre me interesó saber cómo el artista había encontrado ese camino, porque esa es la historia humana detrás de las artes. Ese es el hilo conductor de todos mis artículos.<br /><br />En una columna del 6 de marzo de este año hablé de cómo la crítica teatral debía estar cimentada en una práctica ética: «Un crítico no es un juez, es un testigo», escribí. «Por esto, su conciencia ética le exige que cada juicio de valor esté sostenido por un ejemplo concreto y que cada conclusión emerja, inevitable, del discernimiento honesto de la obra en cuestión. El texto crítico es la piedra de toque de un diálogo que le permite al espectador sacar sus propias conclusiones». Durante dos años fui un testigo privilegiado del desarrollo de las artes en El Salvador y no me arrepiento en lo más mínimo. Tampoco me arrepiento de dejar la actividad periodística y crítica a un lado porque mi actividad central ha sido siempre la creación de mi propia obra artística. Si mi contribución a través de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> ha terminado, eso es circunstancial. El diálogo de los artistas con los medios, sin embargo, debe ser ahora más fuerte que nunca. Los artistas tienen no sólo el derecho sino la responsabilidad de exigir que las artes sean tratadas con inteligencia y con ética y —¿por qué no?— también con amor.<br /><br />Un abrazo,<br /><br /><br />Jorge ÁvalosJorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-36379569605156475712009-11-22T15:04:00.000-08:002009-11-22T18:13:41.543-08:00Calidad de periodismo y calidad de libertad<span style="font-style:italic;">Sobre la supresión de un artículo de opinión de Paolo Luers en</span> El Faro.<br /><br /><h6>Jorge Ávalos</h6><br /><blockquote>Los errores de la libertad de expresión sólo los puede corregir más y más libertad de expresión, porque más importante que la calidad del periodismo es la calidad de nuestra libertad para pensar y opinar; sin esta libertad, el periodismo no es nada.</blockquote><br />Hace una semana todas las personas que nos preocupamos por la libertad de expresión y por el desarrollo del periodismo, descubrimos que un artículo de opinión publicado en <span style="font-style:italic;">El Faro</span> fue removido con un pretexto que muy rara vez utiliza un medio de prensa públicamente: control de calidad. Este concepto, en efecto, debería ser invisible. Un mal artículo no debería ser publicado. Pero la semana pasada, una columna de Paolo Luers fue eliminada de forma definitiva de la edición digital después de haber sido publicada porque, según una nota editorial, se había escapado a los “filtros de calidad” de <span style="font-style:italic;">El Faro</span>.<br /><br />Esta acción podría motivar varias discusiones. La primera, sobre el artículo mismo de Luers: removerlo del periódico, ¿fue un acto editorial justificado o fue un acto de censura? La segunda pregunta es de carácter conceptual: ¿cuáles son los criterios de calidad de una columna de opinión? La tercera pregunta entra en el campo de la ética: si un artículo evade los filtros y criterios de calidad de un periódico y es publicado, ¿qué debe hacer un periódico? ¿Cuáles son las acciones constructivas que debe tomar para reparar el daño?<br /><br />El 21 de mayo pasado, en su “Columna transversal”, Luers publicó un artículo de opinión titulado “Del PC y su madre KGB”. El tema: “El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicado pomposamente por <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>”, según Luers. Un reportaje que, añade él, vale la pena analizar porque “hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA”. No es mi interés principal discutir el tema de la columna, sino por qué <span style="font-style:italic;">El Faro</span> habría considerado el texto de Luers de pobre calidad.<br /><br />Para ser justos, hay que señalar primero que en ningún momento Luers cuestiona la veracidad del artículo que analiza: “Yo no pongo en duda los hechos reportados por<span style="font-style:italic;"> La Prensa Gráfica</span>. Bien pueden ser correctos. La mentira no está en los detalles, las fechas, los nombres, las cifras. Está en el contexto”. El propósito fundamental de Luers al escribir este artículo radica en criticar lo que él llama “el contexto”. Pero hay que notar que al utilizar esta palabra se refiere a dos cosas muy distintas entre sí.<br /><br />El primer uso de “contexto” es el propósito inmediato de su crítica. El reportaje de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>, argumenta, se enfoca de forma tan limitada en el hallazgo de la relación entre el Partido Comunista (PC) y la agencia de inteligencia soviética (KGB), que da una imagen desproporcionada del papel del PC durante la guerra. Por lo tanto, Ricardo Valencia, el periodista que escribió la serie de reportajes para la revista Enfoques, ha cometido el error de descontextualizar el objeto de su investigación. Un resultado de esto, advierte Luers, es que el artículo se presta a la manipulación de la propaganda de izquierda para justificar la preponderancia actual del PC en el FMLN; asimismo, agrega, se presta a la manipulación de la propaganda de derecha para perpetuar la idea de que la guerra civil no tuvo raíces históricas sino que se debió a la injerencia internacional del imperio soviético.<br /><br />Este es un debate interesante, sin duda, pero ¿cómo explica Luers que esto haya sucedido? El segundo uso de “contexto”, implícito, es que la ausencia de un marco histórico o político en el reportaje de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> sobre la relación entre el PC y la KGB tiene raíces estructurales y revela fallas metodológicas, pero, sobre todo, una carencia de capacidad personal: “Si uno no tiene la capacidad de complementar, contrarrestar, contextualizar la información cebo, es pecado tragársela. Es fatal. Es veneno. Es trampa”. Por consiguiente, la crítica de fondo de Luers se centra en esta noción de “información cebo”. ¿Qué implica este concepto cuando se aplica como crítica en este caso en particular? Que Ricardo Valencia y <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> se han dejado manipular más allá de lo permisible por el PC, puesto que se les ofreció una carnada, y contra todo precepto ético, la han seguido hasta las últimas consecuencias sin cuestionar qué está detrás de ese interés por revelar esas fuentes. El argumento de fondo de Luers es que tanto Valencia como <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>, mordieron un cebo, como ingenuos pececillos, y, por lo tanto, intereses políticos fantasmas han predominado sobre los intereses de información a la que tiene derecho la ciudadanía.<br /><br />Sin lugar a dudas, Luers está tocando un punto válido, porque la información cebo relacionada a un tema espectacular ofrece una de las mayores tentaciones a los periodistas. Algunas fórmulas claves para definir la competitividad en el periodismo se definen con términos como “la primicia” (lo escribí y lo publiqué antes que nadie más), “la exclusiva” (sólo yo he tenido acceso a esta información) y “la bomba” (este reportaje revela lo que nunca se ha sabido y lo cambia todo). El reportaje de Ricardo Valencia para <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> sobre una relación económica y militar entre el Partido Comunista y la KGB fue una primicia, una exclusiva y una bomba. Pero, ¿fue correcto hacerlo tal y como se hizo? Luers dice que no, pero el problema de su artículo es que para hacerlo comete un “pecado” mucho mayor que el de la ausencia de contexto histórico del cual acusa a <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span>. Luers presume que conoce la verdad sobre cómo se realizó la investigación. Toda su argumentación se basa en la premisa de que fue el PC, y sólo el PC, quien le permitió a Valencia ir a Cuba y entrevistar a ex miembros de la KGB.<br /><br />“Está bien”, escribe Luers, “que un reportero reciba del PC salvadoreño la oportunidad de ir a Cuba y entrevistar a un general del KGB retirado (porque cuesta imaginarse a un periodista de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> llegando por cuenta propia a La Habana buscando a generales retirados del KGB); está bien que reciba del PC toda la información y las pistas para reconstruir la historia de las armas recuperadas por el Vietcong y después regalados a Schafik.”.<br /><br />Aunque cueste imaginar que un periodista haya logrado, en La Habana, los contactos que Valencia obtuvo con ex generales de la KGB, creo que nadie tiene el derecho a cuestionar eso, ni siquiera cómo lo hizo, porque a fin de cuentas la información y la documentación necesarias para sustentar sus hallazgos están ahí, disponibles, en su reportaje. Eso es lo que cuenta. Como periodista, si yo me viese en la necesidad de entrevistar a ex generales de la KGB, yo hablaría primero con miembros del PC, porque sería el camino más fácil para hacerlo. Cualquier periodista habría hecho eso. Ahora bien, qué ocurrió primero, ¿el cebo o el impulso investigativo? Eso sólo lo puede decir Valencia y sus editores, pero no se puede armar un argumento suponiendo que sólo hay una conclusión posible. Sin embargo, Luers construye su tesis sobre el fracaso “juvenil” de Valencia y de los editores de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> sobre la presunción de que se dejaron llevar, ingenuamente, por el “periodismo de cebo”. Por muy válido que sea un argumento general contra la “información cebo”, en este caso específico, Luers está atacando a un periodista sobre la base de una especulación.<br /><br />Como periodista, yo he realizado reportajes que me han llevado a descubrimientos sorprendentes. En un caso en particular, por un reportaje que escribí y que apareció publicado en <span style="font-style:italic;">El Diario de Hoy</span> sobre el tráfico y la trata de menores de edad, la Fiscalía General de la República investigó a la División de Fronteras de la Policía Nacional Civil para tratar de averiguar quién me había proporcionado la información que me llevó a descubrir el caso. ¿Por qué hicieron esto? Por el mismo juego de razonamiento que ahora utiliza Luers: porque les costaba creer que un periodista, por su cuenta, hubiera descubierto la información y los documentos que yo descubrí. Esto a pesar de que toda la documentación que yo utilicé como referencia era de carácter legal y, por lo tanto, sólo podría haber provenido de dos fuentes: los tribunales y la Fiscalía. Tratar de desvirtuar el trabajo de un periodista suponiendo que sólo un cebo malintencionado podría justificar el logro de una investigación conlleva peligros más grandes que restarle contexto histórico a un reportaje. Por esta razón realmente no importa cuál fue el camino que utilizó Valencia para llegar a la KGB, en este caso en particular realmente no importa. Es mucho más importante recordar que tanto una investigación periodística como un artículo de opinión necesitan estar sólidamente sustentados. El reportaje de Valencia, a pesar de sus faltas, sí está sustentado. El de Luers, no.<br /><br />Curiosamente, Ricardo Ribera, en su columna de opinión “Desde la academia”, también publicó un artículo sobre el mismo tema la semana pasada, y también en <span style="font-style:italic;">El Faro</span>, titulado “¿Periodismo o historia?”. Cómo Luers, Ribera también responde a un artículo de Héctor Silva Jr., y ambos responden a la pretensión manifestada por Silva de que <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> podría estar llenando los vacíos de la historia de la guerra con sus reportajes. No creo que nadie crea esto. Nunca es buena política que un medio de comunicación se eche flores a sí mismo. Ribera tiene palabras tan fuertes como las de Luers. Refiriéndose a la opinión de Silva escribe: “Una superficial preparación académica probablemente explica que caiga en el desatino de plantear que el periodismo sea ‘una fuente alternativa de narración histórica’. El país necesita de buen periodismo y de buena investigación histórica. Son dos cosas distintas”.<br /><br />Al plantear la diferencia entre el periodismo y la investigación histórica, Ribera toca la misma preocupación que toca Luers, la ausencia de contexto, pero lo hace con un sentido filosófico y por eso se convierte en una opinión más sólida. Sin tener que probar nada, sin tener que sustentar su opinión, Ribera simplemente se preocupa por expandir los límites del diálogo, incitándonos a preocuparnos por el más amplio contexto de la guerra para entender mejor nuestro pasado: “El historiador académico, ya de entrada, va a plantear las cosas desde otra perspectiva: no se enfocará exclusivamente en la injerencia soviética, sino más bien su tema será el papel de ambas superpotencias, en el marco de guerra fría que se vivía, en el conflicto nacional. Por otra parte, no hay que pecar de ingenuos. ¿Acaso estará preparando <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> una investigación periodística similar sobre el rol de Estados Unidos en la guerra civil? ¿Por qué no investigar sobre la injerencia de militares argentinos o de la inteligencia israelí? ¿Un especial sobre las actividades del terrorista cubano Posada Carriles mientras era asesor del gobierno de Duarte? ¿Qué tal sobre el apoyo de la extrema derecha guatemalteca a los futuros fundadores de ARENA? Mientras ese diario no impulse algún reportaje sobre temas como los que señalo o similares, su investigación periodística no dejará de oler a campaña electoral y a intereses políticos partidaristas. Cosa que no desdice de su calidad profesional. Ni de la inocencia de sus empleados. Pero sí de quienes les dan empleo y deciden los temas”.<br /><br />A fin de cuentas, estas palabras de Ribera, que ponen el dedo sobre la llaga, son más efectivas que las de Luers. ¿Tiene razón <span style="font-style:italic;">El Faro</span> a decir que su artículo no pasa “filtros de calidad”? Me temo que sí. Y sin embargo, me duele que una vez publicado lo hayan eliminado, por la sencilla razón de que el mal ya estaba hecho. Además, el artículo de Ribera nos decía que la preocupación de Luers es compartida por otros intelectuales. Cuando un periódico comete un error y publica algo que no debió haber publicado, porque contenía alguna falla periodística, debe hacer dos cosas. Primero, reconocer su error, tal y como lo hizo <span style="font-style:italic;">El Faro</span>. Y segundo, abrir el debate. En lugar de eliminar la columna de Luers, un acto que creó un morbo innecesario en el ámbito periodístico, <span style="font-style:italic;">El Faro</span> debió abrir sus páginas a la opinión de Valencia, a la de Silva y a la de todos los interesados. Los errores de la libertad de expresión sólo los puede corregir más y más libertad de expresión, porque más importante que la calidad del periodismo es la calidad de nuestra libertad para pensar y opinar; sin esta libertad, el periodismo no es nada.<br /><br /><br />Ávalos, Jorge. <a href="http://www.elfaro.net/secciones/Opinion/20070528/opinion6_20070528.asp">Calidad de periodismo y calidad de libertad</a>, <span style="font-style:italic;">El Faro</span>, 28 de mayo de 2007.Jorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-48480923937408900802009-11-22T12:15:00.000-08:002009-11-25T19:42:44.291-08:00En defensa de Horacio Castellanos Moya<i>Respuesta a la publicación</i> El “caso” Castellanos Moya <i>de David Hernández</i><br /><br /><blockquote>A través de su periodismo combativo, de su pionera labor como editor y de sus polémicos libros, Castellanos Moya ha puesto sobre la mesa de discusión temas antes intocables para la sociedad salvadoreña: la inmoralidad en el seno de la izquierda, la identidad nacional construida sobre la base de símbolos frívolos, las raíces socioeconómicas o históricas de la violencia, y mucho más. La innegable popularidad de novelas como <i>El asco</i> ha permitido discusiones abiertas, perseverantes y, finalmente, provechosas, sobre preocupaciones y obsesiones nacionales que, como descubrimos más tarde, atañen a toda la región por las experiencias compartidas de guerras y posguerras.</blockquote><br /><h6>Jorge Ávalos</h6><br /><br />San Salvador, Viernes, 13 de Agosto de 2004<br /><br />Señor Peter Ripken<br />Sociedad para el Fomento de la Literatura<br />de África, Asia y Latinoamérica<br />Francfort, Alemania<br /><br />Estimado Señor Ripken:<br /><br />He tomado la iniciativa de responder a una carta escrita por el señor David Hernández, que ha sido masivamente difundida en El Salvador y que, bajo el título «El ‘caso’ Castellanos Moya» fue formalmente publicada en el semanario <span style="font-style:italic;">El Faro</span> (elfaro.net) la semana del 2 al 8 de agosto pasado. Aunque el señor Hernández asegura que su carta es una petición para que se «revise» la aceptación de Castellanos Moya al programa Ciudad Refugio, es evidente para mí, y quiero demostrar esto con mi respuesta, que su propósito es otro. El título mismo de la carta del señor Hernández delata su intención: fabricar un caso, un proceso público, contra Castellanos Moya.<br /><br />«Me siento», escribe el señor Hernández, «con la obligación ética de hacer este pronunciamiento público ante una mentira tan grande, mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya se ha burlado de la buena voluntad de sus anfitriones alemanes, a quienes va dirigida en primera instancia esta carta». La ejecución de una obligación ética es siempre acompañada de un proceder ético. Pero la carta del señor Hernández está mucho más cerca de un linchamiento verbal. A continuación yo enumero y respondo a 10 acusaciones distintas que él hace contra el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya.<br /><br />Es claro que el punto de partida de la carta, su resorte argumental, es la opinión de que la aplicación de Castellanos Moya al programa Ciudad Refugio carece de méritos. Quiero, por lo tanto, ofrecer una prueba destacada y contundente de que esto es falso y que Castellanos Moya sí tiene razón en buscar albergue y apoyo fuera de las fronteras de El Salvador para realizar su labor creativa.<br /><br />Ofrezco como única prueba la carta escrita por el señor David Hernández, que menciono al inicio de mi carta y a la que respondo a continuación. Obviamente, la carta del señor Hernández fue escrita recientemente, pero este documento cristaliza, como ninguno, la voluntad de violento rechazo que Castellanos Moya y su obra literaria padecen en El Salvador, a pesar de, o quizás debido al creciente prestigio internacional que ha generado en la crítica especializada y entre escritores prominentes a escala internacional.<br /><br />En un entorno globalizado, donde la rapidez de la difusión informativa genera reportajes vertiginosos, la noticia de que Castellanos Moya había sido aceptado en el programa Ciudad Refugio en Francfort causó revuelo y provocó fuertes reacciones en los niveles más altos del periodismo y la política salvadoreña. El eje principal de las reacciones negativas, que especulaban a partir de información confusa e incierta, fue la larga carta escrita por el señor Hernández, pues esta contenía los principales ataques que luego se esgrimieron contra Castellanos Moya.<br /><br />La carta del señor Hernández, tal y como lo demuestro a continuación, es una porosa masa de calumnias sin estructura lógica, diseñada para agredir y menoscabar la reputación de Castellanos Moya. Nótese que en la sección «2. Los hechos concretos» la carta del señor Hernández no ofrece ningún hecho concreto. Nótese que después de la petición que el señor Hernández hace «a los anfitriones de la ciudad de Francfort del Meno a que revisen el ‘caso’ Moya», se mueve rápidamente a la sección «4. Conclusión del ‘caso Moya’». Obviamente, sin haber realizado una verdadera investigación del «caso», sin hechos concretos y sin pruebas de ningún tipo, el señor Hernández no puede presumir de tener la autoridad para pasar juicio sobre la persona de Castellanos Moya ni sobre el programa Ciudad Refugio en Francfort.<br /><br />Necesito, entonces, realizar un detallado ejercicio lógico y responder, una por una, a las acusaciones injuriosas e injustas del señor Hernández. Pido disculpas, de antemano, por escribir una respuesta tan larga pero, a mi manera de ver, necesaria.<br /><br /><h6>1.</h6><br />De acuerdo al señor Hernández, para aplicar al programa Ciudad Refugio Castellanos Moya ha recurrido a «trucos» que «bien pueden ser fantasías de él o de su madre, o de sus amigos» y que considera «nada comprobables». «Sus argumentaciones», alega, «se basan en afirmaciones bastante dudosas», incluyendo amenazas de muerte que su madre recibió por teléfono o «un correo electrónico anónimo, no digno de credibilidad, y que los mismos protagonistas pueden haber hecho circular».<br /><br />Estas no son pruebas de que Castellanos Moya ha mentido, son especulaciones infundadas. Sobre qué base verificable puede el señor Hernández cuestionar estos argumentos, no lo sé. Lo que sí es claro es que si el señor Hernández tenía duda alguna sobre cualquiera de las explicaciones que Castellanos Moya utilizó para fundamentar su aplicación al programa Ciudad Refugio, su carta debió haber terminado aquí, con este cuestionamiento básico del contenido de la aplicación de Castellanos Moya. El paso siguiente habría sido solicitar más información al respecto. Pero esto no es lo que hizo.<br /><br /><h6>2.</h6><br />El señor Hernández asegura que Castellanos Moya «ha manipulado a sus amigos para que mientan en su provecho personal». Y esta aseveración lleva a una acusación mucho más seria: «Incluso sus amigos se ofrecían para montarle una farsa de atentado». Si esto último fuera cierto, es decir, si un grupo de amigos hizo una propuesta semejante, esta no tiene ninguna relevancia en este caso por dos razones: a) porque Castellanos Moya no puede ser hecho responsable de lo que sus amigos piensen, digan o hagan; y b) porque nunca se montó ninguna «farsa de atentado», porque nunca ocurrió algo semejante que merezca consideración alguna. No se puede acusar a una persona de haber incitado una acción que nunca ocurrió.<br /><br />Por lo tanto, debemos considerar seriamente que el propósito del señor Hernández al hacer esta acusación no es lógico sino maquiavélico: relativizar cualquier apoyo que Castellanos Moya pueda recibir en su defensa. Si sus amigos también son farsantes, no hay nada que ellos puedan decir por él. Esta es una falacia sólo sustentada por otra falacia.<br /><br />Por si fuera necesario decirlo, hago la siguiente aclaración: Castellanos Moya y yo no somos amigos. Aparte de intercambios casuales de correspondencia, no he tenido nunca un diálogo con él. Una sola vez hemos coincidido en el mismo país y el único encuentro que tuve con él en esa ocasión duró 10 minutos.<br /><br /><h6>3.</h6><br />Una de las imputaciones más sorprendentes hechas por el señor Hernández es esta: «no puedo más que condenar este hecho que linda con el parasitismo social a un nivel de lumpen proletariado». Esta es la misma acusación —exactamente la misma— que el gobierno soviético hizo contra el poeta Joseph Brodsky en febrero de 1964 para justificar su arresto y condena a cinco años de trabajo forzado. Dado que el lenguaje de esta afirmación sólo puede encontrar eco en el sector más retrógrado de la intelectualidad de izquierda, el señor Hernández reintroduce después la misma afirmación con un lenguaje que busca eco en un sector conservador: «Se trata de un gandul que ha hecho de la manipulación y la mentira su ‘modus vivendi’». Esta es la descripción de un gangster o de un rufián de poca monta, no de un intelectual, y está tan lejos de la verdad que se trata de una calumnia descarada. La carrera literaria de Castellanos Moya, que se inicia en su adolescencia, es una de las más productivas e infatigables que yo conozco. El mejor testimonio de que Castellanos Moya no es un «parásito» ni un «gandul» es su notable productividad periodística y literaria.<br /><br /><h6>4.</h6><br />La acusación más seria del señor Hernández es también la más negligente. «de paso ha quitado la oportunidad a un verdadero escritor perseguido para que venga en su lugar». En declaraciones hechas a <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> de El Salvador (LPG), él mismo se encarga de explicar la verdadera implicación de lo que dice: «este hecho es antiético porque le quita el puesto a algún escritor que pueda estar en peligro de muerte» (LPG, julio 28, 2004).<br /><br />La gravísima insinuación de que Castellanos Moya es potencialmente culpable de la muerte de un escritor en peligro es tan insensata que por sí misma merece una investigación por parte del Parlamento Internacional de Escritores (PIE), y quien merece ser investigado no es Castellanos Moya sino el señor Hernández. Evidentemente, el señor Hernández no puede ofrecer pruebas de que esto haya ocurrido ni puede anticipar objetivamente que esto habrá de ocurrir. Pero demos un paso atrás y conjeturemos, por razones argumentativas, que esto es cierto.<br /><br />Supongamos que por razones financieras, cuando el programa Ciudad Refugio acepta a un escritor se niega el puesto a otro; por lo tanto, al momento de evaluar a un escritor, el programa debe considerar el grado de necesidad o de peligro del escritor. A partir de este razonamiento tenemos que considerar dos cosas con respecto al caso específico que ocupa nuestra atención.<br /><br />Primero, el programa aceptó a Castellanos Moya dos años después de su aplicación; evidentemente, ni Castellanos Moya ni la Red de Ciudad Refugio vieron que su caso merecía acción inmediata, y su aplicación fue aceptada por el PIE sobre otras bases, no sobre la consideración de peligro inminente.<br /><br />Segundo, cuando Castellanos Moya aplicó al programa Ciudad Refugio por mediación del francés Phillipe Olle-Laprune, en México, lo hizo con transparencia, utilizando el mismo argumento que empleó públicamente al abandonar su país de origen. El PIE encontró validez en la aplicación de Castellanos Moya. Cabe recordar que son ellos y sólo ellos quienes tienen el poder y el criterio para aceptarlo o rechazarlo. Por lo tanto, si se diera el caso extraordinario de que un escritor, rechazado del programa porque se aceptó a Castellanos Moya en su lugar, fuese asesinado, la culpa no sería de Castellanos Moya. Tampoco sería culpa del PIE, aunque en ese caso extremo sus miembros deberían evaluar su propio proceso de decisión para garantizar así la eficacia del programa.<br /><br />Esto es algo, señor Ripken, en lo que claramente estamos de acuerdo. Por una nota periodística supe que usted, como anfitrión de Castellanos Moya en Francfort, hizo la declaración siguiente: “Es totalmente irresponsable de parte del señor David Hernández hablar en tales términos. Decir que Castellanos Moya está tomando el lugar de otros escritores (en peligro) es incorrecto y está lejos de la verdad” (LPG, julio 31, 2004).<br /><br /><h6>5.</h6><br />El señor Hernández cree que la beca otorgada a Castellanos Moya por el programa Ciudad Refugio «está poniendo en entredicho todo el proceso de democratización, sobre todo a nivel cultural, que se ha iniciado en un ambiente de consenso social en El Salvador, luego de la firma de los Acuerdos de Paz de 1992».<br /><br />¿Es el proceso de democratización en El Salvador tan frágil que las acciones de un escritor son suficientes para ponerlo «en entredicho»?<br /><br />En realidad, lo opuesto es la verdad. El señor Hernández está acusando a Castellanos Moya de perturbar un proceso al que Castellanos Moya ha contribuido tanto como cualquiera y, en el ámbito literario, quizás más que nadie. A través de su periodismo combativo, de su pionera labor como editor y de sus polémicos libros, Castellanos Moya ha puesto sobre la mesa de discusión temas antes intocables para la sociedad salvadoreña: la inmoralidad en el seno de la izquierda, la identidad nacional construida sobre la base de símbolos frívolos, las raíces socioeconómicas o históricas de la violencia, y mucho más. La innegable popularidad de novelas como <span style="font-style:italic;">El asco</span> ha permitido discusiones abiertas, perseverantes y, finalmente, provechosas, sobre preocupaciones y obsesiones nacionales que, como descubrimos más tarde, atañen a toda la región por las experiencias compartidas de guerras y posguerras.<br /><br />Por otro lado, es necesario recordar que el señor Hernández se equivoca en otro punto. En El Salvador se vive actualmente un período de polarización política y violencia social. No existe «un ambiente de consenso social», excepto aquel que Castellanos Moya ha sabido hurgar con su palabra: el consenso alrededor de lo que es más despreciable acerca de nuestra realidad, el consenso acerca de lo que es necesario cambiar absolutamente. Porque esto es, sin duda, lo que nuestros políticos tratan de hacer o deshacer como pueden: cambiar las condiciones de violencia, atraso y pobreza del país para crear prosperidad y forjar futuro. Si no fuera así, no necesitaríamos de los políticos. Hay que admirar, por lo tanto, la tenacidad de Castellanos Moya para hablar mal de su país: en El Salvador encuentra su centro de acción creativa, su imaginario vital, su pasión más duradera. Su función intelectual contra El Salvador no es, por lo tanto, distinta a la que Thomas Bernhard ha realizado contra Suiza o Juan Goytisolo contra España. A propósito de éste último, Mario Vargas Llosa ha escrito: «Hay que desconfiar de los novelistas que hablan bien de su país: el patriotismo, virtud fecunda para militares y funcionarios, suele ser pobre literariamente. La literatura en general y la novela en particular, son expresión de descontento: el servicio social que prestan consiste en recordar a los hombres que el mundo siempre estará mal hecho, que la vida siempre deberá cambiar».<br /><br /><h6>6.</h6><br />El señor Hernández escribe: «Que ahora Castellanos Moya, blandiendo el fantasma de ese pasado que El Salvador ya superó, diga que es perseguido político y que está amenazado a muerte, es algo muy triste en primer lugar y de una catadura moral bastante deleznable, pues pone sus egoístas intereses personales oportunistas, para lograr un estipendio mediante la mentira y la farsa».<br /><br />Todo escritor que aplica y acepta una beca o un subsidio, tal y como el señor Hernández lo hizo hace casi veinte años cuando llegó a Alemania («estipendiado» como él mismo explica) está tomando una oportunidad para llenar sus «egoístas intereses personales». Ese es el propósito de las becas, para eso son creadas, para impulsar las carreras de individuos con fuertes motivaciones personales. No se requiere «catadura moral» para ello, sólo autoestima, mérito y tenacidad.<br /><br />El interrogante moral, en este caso en particular, es el siguiente: Para lograr la realización de sus intereses personales, para conseguir esa beca, ¿ha recurrido Castellanos Moya a «la mentira y la farsa»? En otras palabras, ¿carece de mérito su petición? Este es un punto muerto, un punto que no es necesario debatir, por dos sencillas razones aclaradas en los medios de prensa: a) Castellanos Moya no ha pedido asilo político: nunca ha manifestado que «es perseguido político» del estado o que está «amenazado a muerte» como consecuencia de esa supuesta persecución política; y b) lo que se le ha otorgado a Castellanos Moya es una beca de escritor, porque el PIE considera que él, tal y como lo explicó usted, señor Ripken, «es un escritor experimentado que se integrará a la vida cultural y literaria de la ciudad» (LPG, julio 29, 2004). Esta declaración es, por cierto, muy similar a la reacción previa de Manlio Argueta, quien conoce muy bien el mundo internacional de las becas para escritores: «Es importante el apoyo que se le da en Alemania. Estará en un centro cultural mundial (la ciudad de Francfort), donde tendrá acceso a bibliotecas para investigación y el tiempo necesario para dedicarse por completo a su obra» (LPG, julio 28, 2004).<br /><br />¿Se puede decir, entonces, que Castellanos Moya «está falseando la verdad y, aprovechándose de la buena voluntad de los anfitriones alemanes, los ha engañado con su ‘viejo truquito’ de escritor perseguido y amenazado a muerte»? Por supuesto que no. Por lo visto, quien está esgrimiendo una mentira no es Castellanos Moya sino el señor Hernández. Este último debe, por lo tanto, facilitar pruebas si lo que dice es verdad.<br /><br /><h6>7.</h6><br />Ninguna otra línea de pensamiento del señor Hernández genera más extrañeza que ésta: «Castellanos Moya alega que su ‘persecusión’ se debe a las obras que él ha escrito. Esto es una falsedad más, ya que en El Salvador se están publicando libros más atrevidos y de mejor calidad que las supuestas ‘obras malditas’ de Moya, sin que a los autores el actual régimen los persiga a muerte, los encarcele o los exilie».<br /><br />Si el propósito principal del programa Ciudad Refugio fuese únicamente proteger la vida del escritor amenazado, tal y como el señor Hernández asegura, ¿qué importancia tiene la calidad de la obra? ¿Cuál sería la «catadura moral» del programa si su misión fuese proteger sólo a los escritores que «están publicando libros más atrevidos y de mejor calidad»? ¿Es acaso un objetivo del programa que los peores escritores mueran? ¿Es su propósito último ejercer una forma letal de crítica literaria?<br /><br />¿Cuál es el criterio mínimo que salvaría a un escritor de la muerte? ¿Su buena ortografía? ¿Su capacidad para la experimentación? ¿La riqueza de su vocabulario? ¿La profundidad sicológica de sus personajes?<br /><br />Esta declaración del señor Hernández es meramente hipócrita. Ningún régimen, ningún sector violento, ningún grupo de poder persigue a un escritor sobre la base de criterios literarios.<br /><br /><h6>8.</h6><br />La noticia de que Castellanos Moya había «obtenido asilo por persecución» (LPG, julio 28, 2004), generó reacciones inmediatas de la comunidad intelectual, de José Roberto Dutriz, Director de <span style="font-style:italic;">La Prensa Gráfica</span> y vicepresidente regional de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y del Presidente de la República de El Salvador, Elías Antonio Saca. La principal discordancia fue entre la noticia de «asilo por persecución» y la «realidad del país», como lo manifestó con claridad el presidente Saca.<br /><br />Para ser justos, la primera noticia fue confusa, apresurada y carente de investigación: las declaraciones de Castellanos Moya, de Holger Ehling, portavoz de La Feria del Libro en Francfort, y de Peter Ripken, de la Sociedad para la Promoción de la Literatura de África, Asia y América Latina en Alemania, llegaron poco a poco. Pero sí es muy claro que las principales reacciones negativas no se dieron a partir de la noticia, sino a partir de las elaboradas declaraciones y denuncias del señor Hernández, que comenzaron a circular de inmediato, tanto por los medios estables de prensa como por vías informales del internet.<br /><br />«Por este medio», escribió en la larga carta que motivó esta respuesta, «solicito a los anfitriones de la ciudad de Francfort del Meno a que revisen el ‘caso’ Moya. Creo que merece toda la seriedad del caso, ya que se trata de implicar a todo un conglomerado, la República de El Salvador, en una burda mentira que no se sostiene». El señor Hernández empuja la noción de que este caso en particular representa un peligro para los intereses diplomáticos y económicos de El Salvador: «Este aspecto tan sensible, que puede afectar a todo un país, debe ser tratado de forma responsable por los anfitriones germanos, ya que tiene repercusiones directas en la política internacional y la ayuda para el desarrollo».<br /><br />Este es el quid del argumento del señor Hernández: la beca recibida por Castellanos Moya no sólo es inmerecida, pone en peligro el futuro de El Salvador, estigmatizando a los ojos de la comunidad internacional su reputación como nación democrática. En consecuencia, el hijo pródigo de El Salvador no merece premios en su nombre; sus obras literarias constituyen una forma de traición a la integridad patria: a su nombre, a su literatura, a su «ambiente de despertar democrático».<br /><br />Nunca antes había leído yo un ataque contra un escritor tan absurdo e irresponsable como este. Es increíble también que este ataque haya sido calculado, ideado y fraguado por otro escritor. Si Castellanos Moya, por sí solo, tuviese el poder de manchar la reputación internacional de El Salvador, al punto de poner en riesgo la ayuda para su desarrollo económico, seis millones de salvadoreños seríamos inmediatamente elegibles para pedir asilo político en Alemania. Perseguidos por un poder más grande que el estado, el ejército, la empresa privada y los medios de prensa, huiríamos en desbandada. Y Castellanos Moya tendría un país para sí mismo.<br /><br /><h6>9.</h6><br />«Me siento con la obligación ética», escribe el señor Hernández, «de hacer este pronunciamiento público ante una mentira tan grande, mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya se ha burlado de la buena voluntad de sus anfitriones alemanes».<br /><br />Un elemento nuevo aparece en este párrafo: Castellanos Moya ha dejado de ser un escritor salvadoreño y se ha convertido en «ciudadano hondureño». Para un alemán los centroamericanos somos esencialmente iguales, y no podría reconocer el regionalismo xenófobo al cual apela el señor Hernández al utilizar ese gentilicio. Su utilización en este contexto es equivalente al uso de un calificativo racista en un contexto europeo. Es por eso que vincula su uso a su latente desestimación de los alemanes, contenida hasta el final de la carta: «Lamentablemente la burda maniobra mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya ha manipulado a los anfitriones alemanes deja una lección. Se trata de que los criterios para escoger a los candidatos a ser refugiados de las ciudades santuarios, sean más serios, y no producto de las simpatías subjetivas o del accionismo ‘xenófilo’ que, en última instancia es igual a ‘xenófobo’».<br /><br />Ahora resulta que el apoyo de los alemanes a Castellanos Moya es otra forma de racismo: una «simpatía subjetiva», la atracción a su novedoso exotismo.<br /><br /><h6>10.</h6><br />En el transcurso de su carta, el señor Hernández afirma, citando un reporte del PEN Club International, que en El Salvador sólo «figuran como perseguidos por haber denunciado un caso de corrupción de una transnacional en el país, tres periodistas salvadoreños, entre ellos Napoleón Altamirano y Laffite Fernández, que por cierto son periodistas de derecha. Pero de Castellanos Moya no hay señas». Esto no prueba absolutamente nada. Altamirano y Fernández son miembros poderosos de la prensa escrita que denunciaron valientemente un caso de corrupción. En relación con este caso, el reporte del PEN Club no utiliza nunca la palabra «persecution». El hostigamiento contra Altamirano y Fernández es de carácter legal, y ha sido ampliamente ventilado por los medios de prensa.<br /><br />Sin embargo, esta alusión casual a la derecha es muy significativa, porque tal y como la carta del señor Hernández lo indica, la izquierda ahora constituye parte del status quo político. Y el hecho más importante que el señor Hernández omite en su carta es que los ataques más antiguos y persistentes contra la obra de Castellanos Moya provienen de la izquierda, de personas que confunden la literatura con la vida, la ficción con la verdad, y para quienes es insoportable la representación tan fiel, la verdad tan grotesca, que las obras de Castellanos Moya han hecho de ciertos sectores sociales de El Salvador, incluyendo la izquierda salvadoreña.<br /><br /><div style="text-align: center;">* * *</div><br />La carta del señor Hernández es la prueba más reciente y contundente del tipo de vejaciones, difamaciones y calumnias que Castellanos Moya ha tenido que soportar desde la publicación de su novela <span style="font-style:italic;">La Diáspora</span>. Esa carta también demuestra por qué El Salvador es un territorio socialmente inhóspito para la estadía actual y permanente de Castellanos Moya. La actual propensión en los medios por aceptar, sin vacilación alguna, una perorata tan falaz como la escrita por el señor Hernández es lamentable y peligrosa, sobre todo porque su impacto en la opinión pública fue inmediato y estuvo a punto de precipitar un escándalo nacional. Ciertamente, Castellanos Moya no encontrará un espacio conducente a la creatividad literaria mientras sea asediado por un continuo torrente de declaraciones injuriosas capaces de incidir en la opinión pública, como las contenidas en la carta del señor Hernández.<br /><br />En nombre de la justicia y la razón, creo que es necesario, señor Ripken, que tres cosas sucedan lo más pronto posible:<br /><br /><ol><li>El programa Ciudad Refugio de Francfort debe difundir un comunicado oficial para informar y explicar la naturaleza real de la estadía de Horacio Castellanos Moya en esa ciudad.</li><li>Es necesario saber si la carta del señor Hernández está escrita, tal y como él lo afirma, con «el aval de los miembros de la Iniciativa de Hannover para Escritores perseguidos».</li><li>Finalmente, si el segundo punto es cierto, valdría la pena saber, de forma oficial, y por mediación suya, si la Iniciativa de Hannover para Escritores Perseguidos conoce los términos en que la carta del señor Hernández fue escrita y si ellos comprenden y avalan las declaraciones reales contenidas en esa carta.</li></ol><br />Pido también, formalmente, que la carta del señor Hernández titulada «El ‘caso’ Castellanos Moya» sea aceptada por el programa Ciudad Refugio de Francfort como una prueba contundente que legitima, más allá de ninguna duda, tanto la aplicación de Horacio Castellanos Moya como su aceptación por el Parlamento Internacional de Escritores.<br /><br />Les ofrezco mis mayores respetos.<br /><br />Atentamente,<br /><br /><br /><span style="font-style:italic;">Jorge Ávalos</span><br /><br />[Originalmente publicada en El Faro, cita bibliográfica pendiente]Jorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-7902379033513512751.post-11903919132698808262009-11-21T16:19:00.000-08:002013-03-31T13:52:51.107-07:00El crimen de los censores<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-s_R48dCX0s8/UViiExVj3cI/AAAAAAAABus/H1B2WAlzocU/s1600/crimen-del-padre-amaro-el-movie-poster.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="http://3.bp.blogspot.com/-s_R48dCX0s8/UViiExVj3cI/AAAAAAAABus/H1B2WAlzocU/s320/crimen-del-padre-amaro-el-movie-poster.jpg" width="226" /></a></div>
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Jorge Ávalos</h6>
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Hay una manera muy fácil para destruir una democracia: coartando las libertades individuales. La piedra angular de las libertades individuales es la libertad de expresión. Para comprender esto, tenemos que recordar que lo que llamamos «libre albedrío» es un fin en sí mismo, es un triunfo del desarrollo de cada ser humano. Los niños no lo tienen al nacer. Es algo que aprendemos, es una toma gradual de conciencia. La voluntad de actuar y expresarnos libremente es lo que nos hace personas, seres individuales. El libre albedrío y la libertad de expresión son los instrumentos más útiles que tenemos para construir nuestra propia identidad y para realizarnos como individuos en la sociedad a la que pertenecemos. Pero hay una dependencia del Ministerio de Gobernación que quiere actuar por nosotros, coartando nuestras libertades individuales.</div>
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La Dirección de Espectáculos Públicos ha impuesto restricciones de distribución y publicidad a la cinta <span style="font-style: italic;">El crimen del padre Amaro</span>. Esta producción mexicana, actualmente nominada al premio Oscar como mejor película extranjera, está basada en la novela homónima de Eça de Queiroz (1845-1900), el más importante y reconocido novelista portugués antes que José Saramago sorprendiera a los lectores del planeta con sus hermosas parábolas. Incluso nuestro querido Salarrué admitió su deuda con Eça de Queiroz; la lectura de <i>El crimen del padre Amaro</i>, aquí, en El Salvador, lo inspiró a escribir su primera novela, <i>El Cristo Negro</i>, cuya primera edición data de 1926. Pero esto es algo que los censores de la Dirección de Espectáculos Públicos no podrían saber, porque una sólida formación humanística suele ser incompatible con la falta de tolerancia.</div>
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Tanto los lectores del gran narrador salvadoreño, como los del gran novelista portugués o los de cualquier otro escritor, saben que la literatura puede explorar cualquier aspecto de la experiencia humana. Nada que contribuya a la autenticidad de la obra o a la formulación de su lógica interna está prohibido al escritor de ficciones; la imaginación se rige por leyes de creación que hacen del producto final un hecho artístico ineludible: reconocemos su validez en la medida en que reconocemos su verdad.</div>
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¿Cuál es la verdad explorada por <i>El crimen del padre Amaro</i> que la hace tan peligrosa a los ojos de las instituciones de poder? Una clave de su historia ha sido ampliamente referida por los medios de comunicación: un sacerdote entabla relaciones sexuales con una joven feligresa. Además, pequeños incidentes ocurren en la película que han sido considerados blasfemos por autoridades de la Iglesia Católica. En una famosa escena, una vieja beata, cuyo fanatismo religioso raya con la superstición y la brujería, da una hostia a su gato negro. En otra, la joven amante del padre Amaro, interpretada por Ana Claudia Talancón se cubre con el manto estrellado de la efigie de la Virgen de Guadalupe; sobrecogido de emoción, el padre Amaro, interpretado por Gael García Bernal, le dice: «Te ves más bella que la Virgen».</div>
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Ésta última escena se da con tanto candor que reconocemos de inmediato el aura de íntima autenticidad que sólo el cine puede evocar. Es un momento efectivo porque posee un curioso grado de verdad literal que nos demuestra la ironía inevitable del medio cinematográfico ante el hecho religioso: sin duda alguna, la actriz mexicana es más bella que cualquier representación de la «santa patrona de las Américas». Decir esto no implica una blasfemia; no creo que haya un solo espectador que pueda ser confundido por lo que ocurre; y es que entre la imagen de una actriz elegida para el papel por su belleza innata y la imagen de una mujer adorada por millones de fieles católicos por su santidad hay una distancia infranqueable. Nadie en su sano juicio confundiría al icono religioso, con su poderosa carga de simbolismo, con la imagen sensual de Talancón creada por el director Carlos Carrera, que no hace más que jugar con nuestros paradójicos referentes culturales sobre lo que constituye la belleza femenina. Pero son estas pequeñas escenas las que la máxima autoridad de la iglesia en El Salvador, el Arzobispo Saenz Lacalle, ha denunciado como razón suficiente para censurar esta película. Más allá de la sorpresa de que una autoridad religiosa condene los actos de personajes de ficción como si estos fueran reales, está el inexplicable silencio de la misma autoridad ante el verdadero «crimen» denunciado por la película.</div>
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El crimen en cuestión no es ni una herejía ni una blasfemia, sino el asesinato de una víctima inocente. ¿Por qué nadie ha mencionado esto? La soberbia del padre Amaro y su tenacidad en proteger su reputación ocultando sus pecadillos sexuales lo inducen a cometer una serie de imprudencias que causan, finalmente, la muerte de su amante. Y dado que es el abuso del poder en el seno de la Iglesia misma la que ocasiona esa muerte, los miembros del clero que le rodean carecen de la autoridad moral para corregir y castigar lo que ha ocurrido. Esta es una crítica implacable contra afirmaciones recientes de la Iglesia Católica en torno a la superioridad moral de sus sanciones internas sobre las de la ley. Sólo ellos, afirman sus autoridades, pueden corregir los crecientes abusos de poder suscitados por sacerdotes pederastas y por los obispos que se han esforzado por ocultar esos crímenes con el fin de proteger la reputación de la iglesia.<i> El crimen del padre Amaro</i> parece decir que si una grave transgresión, cometida en el seno de una estructura de poder, es sistémica a esa estructura, entonces es el sistema de poder el que necesita ser examinado y puesto en tela de juicio. ¿Por qué? Porque «la sangre de la víctima clama desde la tierra», porque la justicia así lo demanda y porque la ley así lo exige.</div>
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Todos los dramas, tragedias y comedias que se representan en los teatros o en los cines contienen y revelan transgresiones humanas. Los pecados de mayor y menor grado son también la materia de las grandes historias bíblicas. Una historia sobre «el pecado» no asusta a ningún lector inteligente, mucho menos a los lectores católicos, a los lectores cristianos, a los lectores de la Biblia. Por ello, el hecho de que la Dirección de Espectáculos Públicos esté tratando de censurar la versión cinematográfica de una obra intelectual que ha circulado libremente por el mundo durante los últimos 125 años, sólo expone los niveles de profunda ignorancia con que el actual gobierno se manifiesta en reacción a la producción artística. Qué puede ser más ridículo y necio que cuando los miembros de una institución gubernamental deciden censurar a un clásico de la literatura sólo porque hasta ahora pudieron ver la versión cinematográfica. ¿Qué harán cuando se enteren de que Plaza y Janés Editores ha lanzado al mercado una exitosa edición masiva de la novela original, la cual es mucho más fuerte, sensual y profunda que la adaptación de Vicente Leñero? Tenemos suerte de que no existan versiones cinematográficas de <i>La Celestina</i> ni de <i>Edipo Rey</i>, o tendríamos al gobierno arrancando esos libros de las manos de los estudiantes.</div>
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Pero los censores no sólo inducen nuestro sarcasmo, también merecen nuestro repudio. En declaraciones hechas a L<i>a Prensa Gráfica</i>, han afirmado que suspenderán la exhibición de la película si esta genera «alguna clase de polémica». Olvidan que la democracia se ejercita y se consuma en la polémica, en el debate, en el libre intercambio de ideas. <i>El crimen del padre Amaro</i> no presenta, en su contenido, historias de abusos e hipocresías del clero que los medios de comunicación no hayan ya reportado extensivamente en los últimos años. Lamento decir que en este caso la ficción es sólo un pálido reflejo de la realidad.</div>
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Las severas restricciones impuestas a esta película constituyen, por lo tanto, un abuso del poder regulador de la Dirección de Espectáculos Públicos; la Constitución de 1983 no les da el poder, como quieren hacernos creer, de actuar como reguladores ideológicos de lo que debemos o no debemos ver, sobre todo en materia de religión. Si la película sólo es accesible a un público adulto, a cualquier hora que se vea, ¿cuál es el propósito de prohibir su publicidad en los medios de prensa y de limitar sus funciones a un horario nocturno? Esta es, sin duda, una estrategia de censura selectiva que busca mitigar el impacto artístico y social de la película, negando las oportunidades comerciales de difusión masiva que las salas de cine hacen posible. ¿Por qué ésta película y no otras? ¿Por qué la Dirección de Espectáculos Públicos permite que adolescentes tengan acceso a películas ultraviolentas importadas de Hollywood mientras censura esta película? No se debe sólo a que el foco de su crítica es la iglesia católica sino porque su escenario mexicano es muy parecido al salvadoreño y esto le da a su mensaje una inmediatez y relevancia excepcionales.</div>
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Al contrario de las fantasías de Hollywood, <i>El crimen del padre Amaro</i> incita a la reflexión no sólo por su tema sino porque la película en sí existe, porque es un producto hasta ahora inaudito de nuestra cultura latinoamericana, que al fin se atreve a cuestionar las innegables hipocresías del poder eclesiástico. Es la audacia de sus creadores, esa voluntad para denunciar y provocar, la que está siendo castigada. Que los norteamericanos y los europeos protesten y debatan si quieren, en El Salvador el estado no espera nada más ni nada menos que la pasiva conformidad de sus ciudadanos. Esto explica por qué la Dirección de Espectáculos Públicos ha declarado, con un descaro y una soberbia que no nos permiten olvidar la ilegalidad de su acción, que su objetivo no es censurar la película sino prevenir cualquier polémica que ésta pueda suscitar. Por lo tanto, lo que se pretende prohíbir es la existencia de un público pensante.</div>
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El artículo 6 de la Constitución de El Salvador, que trata sobre la libertad de expresión, establece que “Los espectáculos públicos podrán ser sometidos a censura conforme a la ley”. Pero esa “ley” que la Dirección de Espectáculos Públicos usa como marco normativo para ejercer censura previa es el Reglamento para Teatros, Cines, Radioteatros, Circos y Demás Espectáculos Públicos (Decreto Ejecutivo No. 45, del 20 de agosto de 1948, publicado en el <i>Diario Oficial</i> el 28 de agosto de 1948). Este anticuado reglamento, emitido por el “consejo revolucionario” que sentaría las bases de los futuros gobiernos militares, no es una ley. Sin ningún estudio técnico para diseñarlo, sin ningún debate democrático para configurarlo con el fin de proteger la libertad de expresión y sin el debido proceso parlamentario para instituirlo como ley, el Decreto Ejecutivo No. 45 es inaceptable como marco normativo de un cuerpo estatal de censura.</div>
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Toda obra de arte es una creación humana, una huella del pensamiento humano. Y si, tal y como lo indica la Constitución de El Salvador, “toda persona humana puede expresar y difundir libremente sus pensamientos”, entonces es lógico suponer que una obra de arte es un medio para la libre expresión de la persona y que su libre difusión está constitucionalmente protegida.</div>
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Por lo tanto, en mi calidad de ciudadano, exijo saber por qué nuestros impuestos facilitan la existencia de una institución que busca asfixiar el ejercicio de la democracia. Una cosa es que el Ministerio de Gobernación provea a las familias salvadoreñas de guías de contenido —según los objetivos del Código de Familia—, pues una recomendación informada sobre el nivel de violencia, sexualidad o profanidad de una película puede ayudar a que los padres determinen si el contenido es apto para sus hijos. Otra cosa, muy distinta, es que el Estado ejerza censura previa y trate de impedir que los adultos ejerciten su acceso a obras intelectuales constitucionalmente protegidas, imponiendo condiciones sobre qué película ver y cuándo verla, restringiendo su libre mercadeo y amenazando con suspender su exhibición si esta motiva un justo intercambio de ideas.</div>
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Paradójicamente, es la opinión de un sacerdote salesiano, Miguel Ángel Ordóñez, la que mejor ejemplifica los sentimientos de los ciudadanos sensatos: «Cada persona tiene libre albedrío para decidir qué ver y qué no. A nadie le obligan a pagar un boleto».</div>
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He ahí otra expresión de inteligencia. Roguemos para que pase la prueba de los censores.</div>
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<i>Noviembre de 2002</i></div>
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[Originalmente publicada en La Prensa Gráfica. Cita bibliográfica pendiente.]</div>
Jorge Ávaloshttp://www.blogger.com/profile/08173574715366250550noreply@blogger.com