El día nacional del asco


Cómo llevé a escena la novela de Horacio Castellanos Moya

Jorge Ávalos


La adaptación escénica que presenté de El asco de Horacio Castellanos Moya en La Luna, Casa y Arte el 3 de diciembre de 2002, fue un acto de justicia en más de un sentido. La génesis de El asco está íntimamente ligada con este espacio cultural dirigido por Beatriz Alcaine, y que en ese entonces cumplía 11 años de ser el espacio generador de actividades artísticas innovadoras más importante del período de la posguerra, una especie de laboratorio cultural que permitió nuevas avenidas de expresión y de debate.

Una leyenda urbana, que al parecer no está muy alejada de la verdad, es que Horacio escribió El asco en La Luna, en un rincón junto al jardín; al menos así lo recuerda Beatriz. Además, los personajes de la novela, Edgardo Vega y un tal Moya, que sin duda representa al autor, se reúnen en un café bohemio claramente inspirado en La Luna. Más importante aún, es que Horacio ha sugerido que el encuentro narrado en la novela está basado en la realidad; de que, en efecto, un día de tantos se reunió en La Luna con un amigo que visitaba el país, y que la conversación giró en torno a los vicios de la identidad salvadoreña, deformada por la guerra y la violencia. Por lo tanto, La Luna no es sólo el escenario real de la escritura de la obra, también es el espacio real del encuentro que inspiró el escenario ficticio en el que transcurre la acción narrativa.

Publicada en 1997, El asco se convirtió de inmediato en un éxito de ventas, pero dividió a los críticos. Para dar un ejemplo, Miguel Huezo Mixco la consideró la mejor novela de la década; por su parte, Geovani Galeas la consideró un simple libelo; ambos, por cierto, publicaron sus opiniones en la misma revista en la que Horacio había trabajado como editor por muchos años: Tendencias. Si bien el valor de la novela todavía es discutido, lo que no puede negarse es que la ironía corrosiva del autor sí caló muy hondo en la conciencia del lector salvadoreño. La obra contiene un ataque sistemático y mordaz de los signos más emblemáticos de la cultura salvadoreña, y provocó reacciones violentas entre algunos lectores, incluyendo amenazas de muerte contra el autor, las cuales provocaron su exilio.

En el 2002, cinco años después de su publicación, El asco continuaba generando polémicas. Fue entonces cuando el cineasta salvadoreño, Guillermo Escalón, que radicaba en Guatemala, decidió hacerle una entrevista a Horacio. Al editarla, Guillermo no incluye un marco contextual a la entrevista y suprime las preguntas. El video, por lo tanto, refleja, como en un espejo, la estrategia de la novela, y se convierte en un monólogo no muy distinto al que encontramos en El asco, narrado en primera persona por un personaje llamado Edgardo Vega (el mismo “Thomas Bernhard” en El Salvador al que se alude en el subtítulo). El monólogo de Horacio en el video es también una disección de la identidad salvadoreña. Y yo me atrevería a decir que su diatriba —construida con sus respuestas en torno a su novela El asco, con sus opiniones sobre la identidad salvadoreña y con su apreciación del verdadero escritor suizo Thomas Bernhard— es incluso más interesante, más corrosiva y más divertida que la novela en sí.

Por una extraña coincidencia, en un mismo día tuve tres encuentros fortuitos que me impulsaron a decir: ¿por qué no llevamos El asco a escena? El primero de estos encuentros fue con Miguel Huezo, no el escritor que cree que la novela de Horacio es la mejor de la década, sino el tenaz promotor cultural de la Casa de los Mestizos en Suchitoto. Él había visto el video con la entrevista de Horacio, y aseguraba que Guillermo deseaba un estreno provocativo. La propuesta de Miguel era que debía correrse el rumor de la existencia del video, indicando que era aún más controversial que la novela.

“¿Cómo se inicia un rumor así?”, pregunté.

Mi pregunta debió haber sido muy ingenua porque Miguel y los otros tres amigos que nos acompañaban comenzaron a reír.

“Está bien”, dije, “corran la voz, pero a mi manera de ver, la presentación de esta entrevista debería estar acompañada de una representación en vivo de El asco.”

La respuesta que recibió mi propuesta todavía me intriga.

“En estos tiempos”, dijo un escritor amigo, “¿quién se va a atrever a leer El asco públicamente, mucho menos, quién se va a atrever a presentarlo?”

Esa misma tarde pasé por el café y bar La ventana, que en ese entonces estaba ubicado en la zona bohemia de El Barrio. Allí, en la barra me encontré con un actor, Juan Ramón Galeas, y de inmediato comenzamos a hablar de la pobreza de propuestas en el teatro salvadoreño. Desde el 2001, Galeas había interpretado el papel de Federico García Lorca en el El jardín de las angustias, una obra adaptada de textos del poeta andaluz y puesta en escena por Filánder Funes. Fue la mejor obra salvadoreña del 2001 y en el 2002, no había nada en los escenarios que se le comparara. Al menos así lo creía Juan Ramón. De pronto, se me ocurrió hacerle una pregunta que me pareció obvia.

“Es verdad que no hay propuestas interesantes en el teatro”, observé, “pero, ¿cuál es tu propuesta? Es decir, ¿qué es lo que te gustaría hacer en el teatro, en este momento?”

Juan Ramón me miró muy fijamente y luego miró su vaso vacío.

“Me gustaría hacer algo que valga la pena”, respondió. “Algo que sacuda al espectador, un texto provocador, algo así como El asco, pero para la escena”.

“¡Qué curioso! Eso es exactamente lo mismo que yo estaba pensando”, le dije, y en ese mismo momento intercambiamos teléfonos, motivados a hacer algún tipo de escenificación de El asco.

Aunque cueste creerlo, cinco minutos después de mi conversación con Juan Ramón tenía un trato para presentar El asco. Al salir de La Ventana crucé la callé, entré al supermercado y allí me encontré con Beatriz, y de inmediato comencé a hablar con ella del video de la entrevista con Horacio sobre El asco y de mi idea de estrenarlo precedido de una puesta en escena de la novela.

“¿Sabías que Horacio escribió El asco en La Luna?”, dijo.

La verdad, no lo sabía. Esa misma noche le propuse a Beatriz realizar el evento en La Luna.

Habría olvidado este encuentro fortuito con Bea en un supermercado de no ser porque hace poco descubrí que todavía conservo el correo electrónico en el que propongo la idea, y que data del 18 de octubre de 2002: «Sobre lo que te conté en el supermercado… Entre el Museo de la Palabra y la Imagen y una ONG guatemalteca se produjo un video de media hora realizado por Guillermo Escalón sobre Horacio Castellanos Moya. El video es en realidad un monólogo de Horacio hablando en términos bastante similares a como escribe en El asco. Y es muy entretenido, deberías oírlo hablar de “los dos ejes de pudrición de El Salvador”… Estamos planeando hacer más de un evento con Horacio, el libro El asco y con el video. Dentro de un par de días recibimos noticia de Horacio a ver si puede venir en esa época. Pero en La Luna lo chivo sería valorar el aspecto creativo y artístico de El asco, que es una creación después de todo y que nació allí. La idea que discutimos a mí me parece chivísima, con un actor interpretando El asco, y con una proyección creativa del video. Planifiquemos para diciembre, en el marco del aniversario de La Luna.»

Beatriz aceptó la propuesta de inmediato, aunque debo decir que la declaración plural que utilicé para inspirarle confianza en el proyecto —“estamos planeando”— resultó ser una ilusión, porque como productor del evento acabé quedándome solo. Ni la Casa de los Mestizos ni el Museo de la Palabra y la Imagen me dieron apoyo alguno. Al final, sin embargo obtuve una donación anónima de cien dólares para la producción, que me sirvió para pagarle 50 dólares al actor por una presentación y el resto para pagar todos los tragos que consumimos durante los ensayos que llevamos a cabo en los bares más importantes del país. Cuando Bea se enteró de que nadie estaba detrás del proyecto, excepto yo, cambió la redacción del anuncio en el calendario y me hizo prometerle que no le iba a fallar. Para el día 3 de diciembre de 2002, el calendario de La Luna literalmente reza: “Jorge Ávalos presenta…”. Así, con cien dólares y una idea me convertí en empresario teatral.

El 20 de noviembre, Bea me escribió para saber si todo estaba bien. He aquí mi respuesta: «Sí, el 3 de diciembre es el día nacional del asco. El programa incluirá el estreno del video de Guillermo Escalón (de 30 minutos), una entrevista con Horacio Castellanos Moya sobre su novela El asco y una lectura de fragmentos de la novela por el actor Juan Ramón Galeas. Todo el programa durará una hora. Mañana en la noche me reúno con Juan Ramón para amarrar detalles. Yo me encargo de hacerle publicidad en La Prensa Gráfica para ese día. Vos hacé lo demás. Con Juan Ramón discutimos la idea de comenzar con una dosis de teatro invisible. O sea, sin que la gente sepa que él es el actor, que comience expresando molestia de que estos eventos siempre empiezan tarde, qué a qué horas empieza, que a la gran púchica este país, y así cuando la gente menos lo siente ya están escuchando el monólogo del El asco. No sé si eso te parece…».

«Me parece genial lo del teatro invisible y perfecto el actor para tal asco», respondió Bea. Así que todo estaba en marcha. En apariencia. Porque aunque sí tenía una idea muy clara de lo que quería hacer y una propuesta de montaje bastante avanzada, tenía un par de dificultades. En primer lugar, no tenía todavía una adaptación, y me quedaba un margen de tiempo muy breve para redactar un texto. En segundo lugar no tenía permiso ni de Horacio para adaptar su novela ni de Guillermo para presentar su video. Y sobre esto último, me acababa de enterar de que el video de la entrevista con Horacio se había perdido. La única copia que yo conocía la tenía Miguel de la Casa de los Mestizos y había sido robada del carro de un amigo de él.

“¿Un ladrón se robó el video de la entrevista con el autor de El asco?”, le pregunté a Miguel. “¡Me corto un brazo si no se le puede llamar a eso irónico!”.

“¿Qué querés decir con ‘irónico’?”, fue la réplica al otro lado del teléfono.

Mantengo que el hecho fue irónico, tanto así que todavía conservo mis dos brazos en el lugar que les corresponde. Ahora bien, si quería una versión digitada del texto de El asco y una copia del video, tenía que obtener el permiso de los dos artistas y pedirles a ellos, con cierta urgencia, ambas cosas. He aquí el texto de mi correo a Horacio enviado el 21 de noviembre: «Horacio: Te escribo por un par de cosas. El martes 3 de diciembre, La Luna estará presentando el video que realizó Guillermo Escalón sobre El asco, y que es una entrevista con vos. Lo que queremos hacer es presentar el video y una lectura en vivo de El asco por un actor. No habrá debates ni discusiones ni nada de eso al final. Será un evento para gozar el texto del libro puramente. El evento se dará en el marco del aniversario de La Luna y de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Imaginate que rico será revisitar El asco en ese doble contexto. Celebración y crítica, un acto imaginativo y de repudio al mismo tiempo. Si esto te parece, quería pedirte un favor. ¿Hay alguna posibilidad de que me puedas enviar en Word el texto de El asco? No se va a leer completo, pero queremos hacer una buena selección que complemente y se enriquezca con tus comentarios en el video. Nos facilitaría el trabajo, nada más. Por cierto, ¿tenés el correo electrónico de Guillermo Escalón?».

Increíblemente, Horacio me respondió de inmediato: «Estimado Jorge: Qué buena noticia que presenten en La Luna el video realizado por Guillermo, y en especial en el aniversario de un lugar tan querido para mí. Desgraciadamente no tengo El asco levantado en Word; el disket en que estaba, un viejo Word para Mac, se borró con el tiempo (han pasado cinco años desde entonces). De todas maneras, veré qué puedo hacer, aunque lo veo casi imposible.» De hecho, fue imposible, pero al menos me envió el correo de Guillermo, a quien le escribí: «Guillermo: Te escribo por un par de cosas. El martes 3 de diciembre, La Luna estará presentando un montaje escénico de El asco. Lo que queremos hacer es realizar una presentación en vivo de El asco interpretada por un actor seguida por la entrevista en video que le hiciste a Horacio. No habrá debates ni discusiones ni nada de eso al final. Será un evento para gozar el texto del libro puramente. El evento se dará en el marco del aniversario de La Luna y de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Imaginate que rico será revisitar El asco en ese doble contexto. Celebración y crítica, un acto imaginativo y de repudio al mismo tiempo. Si esto te parece, quería pedirte un favor. ¿Hay alguna posibilidad de que me puedas enviar una copia del video?».

Diez días después, el 3 de diciembre el “día nacional del asco” llegó y, aunque ahora me parezca mentira, todo estaba listo. Beatriz había elegido como escenario el rincón favorito de Horacio en La Luna, una esquina junto al jardín, al lado del técnico de música. Aunque El asco es, en esencia, un monólogo, la idea de un interlocutor es una parte integral de la novela. Yo no quería que el actor se dirigiera al público. Parte del efecto cómico, a mi manera de ver, sería motivada por cierto grado de realismo. Mi propuesta requería que el personaje Edgardo Vega le leyera a “Moya” la novela que había estado escribiendo sobre El Salvador. “Moya”, en la escena, no era interpretado por otro actor, sino por una efigie bastante realista de San Simón, a quien ubicamos al otro lado de la mesa con el actor. De esa manera, el personaje tenía un interlocutor silencioso, pero que cumplía muy bien el papel de servir como un sujeto real para la atención del actor. Aunque el hecho de que Juan Ramón le hablara al santo de los bohemios fue un inspirado efecto cómico, a San Simón lo tomamos muy en serio. Parte del proceso fue pedirle su ayuda en el montaje. Bea le explicó lo que haríamos y luego lo sentó en la mesa elegida. Al final nadie se rió de San Simón, sino del personaje, Edgardo Vega, quien adquirió ciertos matices emocionales, cierto patetismo que le infundió más profundidad a la actuación de Juan Ramón, gracias a la compañía del santo.

La idea del teatro invisible, es decir, la idea de borrar la frontera entre el momento presente y el momento escénico, y entre la realidad y la ficción, funcionó muy bien. Y el actor la extendió a lo largo de todo el monólogo. Después de quejarse, ubicado entre el “público”, de que en este país todos estos eventos empezaban tarde, Juan Ramón se puso de pie y se sentó en el rincón elegido, desde allí pidió que se apagara la música, que lo tenía harto. Por un par de minutos, una parte del “público” realmente se incomodó con la actitud de Juan Ramón, pues no sabía que era el actor. Sólo con el cambio de luces, cuando una cenital roja iluminó la mesa del rincón y el resto del espacio quedó en sombras, cayó en cuenta la gente, ahora sí transformada en público, de que el suceso teatral estaba por comenzar. Al hablarle a San Simón, el actor se refería a la novela que estaba escribiendo, y ese manuscrito, que era mi adaptación de El asco, estaba construido con recortes a tijera de dos ejemplares de la novela, con mis notas a mano, y las selecciones de texto hechas con un marcador amarillo fluorescente. Una de las indicaciones que le di a Juan Ramón, que estaba vestido con el traje blanco típico de los turistas norteamericanos en la década de 1950, es que mantuviera el ritmo del autor e interrumpiera su monólogo pidiendo tragos al mesero de turno, a quien tenía que llamar con su nombre real. Yo marqué dos interrupciones. Juan Ramón hizo cinco. Terminó su monólogo ebrio y feliz.

En un sentido muy real, Beatriz fue una escenógrafa de primer orden. Creó un ambiente perfecto para Edgardo Vega, pero sin romper con la continuidad del espacio. No había una frontera clara entre la mesa en la que el personaje se sentaba de las otras mesas; el escenario estaba plenamente integrado al espacio de La Luna. Al mismo tiempo, una vez que inició la presentación del monólogo, había detalles mínimos, en la iluminación, en el decorado y en la posición de la mesa, claramente visible a todo el público, que convertían el espacio en un “escenario”. La brillante idea de usar a San Simón para representar a Moya se la debo a ella. Realismo y teatralidad se combinaban en una alquimia perfecta. Uno de los trucos más simples y bellos de Bea fue utilizar para ese rincón escénico un telón de fondo colgado con ganchitos de ropa. Bajo la luz roja que se utilizó durante la presentación se veía rojo, pero una vez que se da la fluida transición entre el texto del actor y la voz de Horacio en el video, la luz cambia gradualmente y vemos que el telón se hace blanco, entonces aparece la imagen del video y el personaje interpretado por Juan Ramón desaparece entre las sombras. Esta transición creó un efecto de espejo: el personaje se transforma en su reflejo, interpretado con igual maestría por Horacio en el video.

La recepción por un público principalmente conformado por artistas visuales fue inolvidable. Marta Eugenia Valle, mejor conocida como una pionera de la instalación, escribió una crónica del evento que fue publicada en el portal de Internet salvadoreño Infocentros. En ese artículo concluyó que «La presentación conjunta del monólogo y el video definitivamente nos permite penetrar y conocer otras facetas del libro El asco, que nos obligan a separarnos de lo emotivo, para llevarnos a la reflexión sobre los procesos históricos, políticos, sociales y culturales que hemos vivido y que estamos viviendo los salvadoreños.» Horacio, que estaba fuera del país, agradeció el artículo tan descriptivo de Marta Eugenia. Por su parte, Guillermo estaba encantado. Unos días después me escribió: «Me alegra mucho que haya funcionado, es una forma de válvula de escape necesaria que me deja una sensación de alivio. Ojalá circule de nuevo este subversivo montaje que hicieron.» Pero por una serie de razones que no vale la pena recordar, el “montaje subversivo” de El asco no se volvió a hacer. Fue un evento único. Y la verdad, lo prefiero así, porque, a su manera, fue el suceso teatral perfecto. Así lo quiero recordar.


Ávalos, Jorge. “El día nacional del asco”. San Salvador, 3 de diciembre de 2009.