Una mezcla perfecta de realidad y fantasía

Sobre La ciudad del deseo de Jorge Ávalos



Juan Antonio Gómez


Abres un libro y sabes que no es un libro lo que abres. Te abres a ti mismo. Te abres en ti para leerte, para buscar los signos que te lleven de regreso al hogar de tu más auténtica vida, a la verdad de tu ser.
Jorge Ávalos, «Un libro abierto», en La ciudad del deseo, Pág. 9.

Las primeras palabras de un libro son cruciales para que decidamos mantenerlo abierto, no cerrarlo y mandarlo de vuelta al anaquel o a la mesa de la espera infinita. Con un inicio como el que acabo de leerles, con un texto como el titulado «Un libro abierto», Jorge Ávalos vence el primer obstáculo que debe sortear todo escritor: ganarse el interés y la confianza del lector. Interés para que siga leyendo, y confianza en que es un buen libro el que tiene entre las manos.

Y eso fue lo que sentimos Julio Escoto, Beatriz Valdés, y quien les habla y por eso acordamos darle por unanimidad el Primer Premio del Concurso Rogelio Sinán y sustentamos nuestro fallo afirmando que «en todos los cuentos que integran este libro se observa una cimentada cultura, dominio del género y oficio de escritor». Como decir, casi nada, para un autor de 40 años que se lanza al ruedo de los concursos y obtiene un premio a nivel centroamericano, compitiendo con otros autores.

Y es que no se trata, de ninguna manera, de simples escarceos, o de búsquedas sin hallazgos. Se trata de un escritor ya formado, y que ha sabido irse preparando a lo largo de los años, para darse a conocer con un libro definitivo, que va a suscitar muchos comentarios y reseñas favorables, y que merece quedar inscrito en la historia literaria, no sólo de El Salvador y Panamá, sino también de Centroamérica y Latinoamérica.

Espero no defraudarlos y por ello me adelanto y les pido que no esperen una relación o una revelación de la temática, o peor aún, de las anécdotas, que casi no las hay, de todos o algunos de los cuentos de Jorge Ávalos. Labor por demás inútil, porque a cada lector le toca hacer su propia lectura, sino también injusta y desacertada, ya que sería como si me propusiera explicarles los sonidos de la noche o del silencio, el poder de los abrazos o la magia de los magos. Y Jorge Ávalos es un mago, un prestidigitador del lenguaje, quien logra, sin mayor esfuerzo, ese hechizo que todos los grandes poetas, desde Homero hacia acá, han sabido provocar: mantener en vilo la atención de los oyentes o lectores.

La obra que esta noche tenemos el honor de presentar, gracias al encomiable esfuerzo de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Tecnológica de Panamá, está dividida en tres partes y cada una contiene diez textos. Treinta cuentos en total de variada temática, extensión y factura. Además hay dos textos: el de apertura y el de cierre: «Un libro abierto», y «Agorafobia». Textos que se muerden la cola y que le dan a la obra una perfecta unidad de estilo. Los cuentos están escritos de manera impecable, y con total dominio de las técnicas modernas de la narración: narradores alternados, narración desde variados puntos de vista, uso de diferentes tiempos narrativos, etc.

En cuanto a las historias contadas, puedo decir que los cuentos de Jorge Ávalos son inquietantes. Pareciera como si el autor siguiera muy de cerca aquella sentencia de Octavio Paz, que si mal no recuerdo (cito de memoria, y mi memoria no me es fiel) en la cual afirma que «el realismo es la escuela literaria más pobre». En sus textos (en los de Jorge), como en las narraciones de Kafka o de Reinaldo Arenas, sentimos ese cruce constante entre lo real y lo fantástico, entre lo vivido y lo soñado, entre la realidad y el deseo. No es casual entonces que uno de los cuentos más completos y elaborados, el que le da nombre al libro, se llame, precisamente, «La ciudad del deseo», como una metáfora de ese contraste entre lo real y lo posible, entre la realidad y el deseo, según aquella célebre antítesis cernudiana (de Luis Cernuda).

En sus cuentos Jorge Ávalos se ubica del lado de aquellos escritores (Borges, Cortazar, García Márquez) que consideran que la literatura no es un reflejo o imitación «más o menos fiel» de la realidad que vivimos y conocemos como tal los seres humanos, sino que, por el contrario, la buena literatura (el buen escritor) crea con el lenguaje (las palabras) una propia realidad, en este caso una realidad literaria, en la cual todo es posible. Y es por ello que en los cuentos de Jorge Ávalos nos encontramos con:

  • Libros que muerden y escritores (Monterroso, Cardoza y Aragón) «que ensayan su nueva profesión de fantasmas» («Los clásicos»).
  • Una «Venus del espejo», de Velásquez, que sale del cuadro y va al encuentro de un hombre agobiado por una reciente separación («Una mujer desnuda»).
  • Que encontremos a unos personajes suspendidos en el tiempo, veinte años atrás, dentro de un espejo («La ciudad del deseo»).
  • Que simplemente se nos diga, en un alarde de concisión que nos recuerda al admirado Monterroso, que «en el séptimo día, Dios murió» («Apocalipsis»).

Debes partir. Muerta la escritura, debes partir. Con un cuchillo hiciste pedazos los cuadernos salvajes de tu historia. No hay nada más que contar.
Jorge Ávalos, «Agorafobia», en La ciudad del deseo, Pág. 141.

Las palabras finales de un libro deben ser como una puerta trasera que cierre herméticamente la casa de nuestros sueños, y nos permita abrir otra puerta hacia nosotros mismos. Jorge Ávalos lo sabe, y por eso en las dos últimas líneas de su obra nos dice: «Abre, entonces, la quimérica puerta, la puerta que se abre en ti, hacia ti, y comienza a andar».


Este texto fue leído el 21 de septiembre pasado durante el acto oficial de la presentación del libro La ciudad del deseo de Jorge Ávalos en la librería Exedra de la ciudad de Panamá. Juan Antonio Gómez (1956), cuentista y dramaturgo panameño. Fue miembro, con Beatriz Valdéz y Julio Escoto, del jurado del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” que concedió por unanimidad el premio único a Jorge Ávalos en el 2004 por esta colección de cuentos.