Guadalupe, una fiesta teatral

El martes se estrenó la obra “Guadalupe, la rosa de los vientos”, un ambicioso montaje escénico que reunió a más de 60 personas en el escenario del Teatro Presidente.

Jorge Ávalos


Guadalupe: la rosa de los vientos es, ante todo, una celebración. Durante la ovación final, acompañada de música de mariachis, se reunieron en el escenario más de 60 personas. Nunca antes en El Salvador, creo, se ha realizado una mayor movilización de recursos humanos, sociales y materiales para una sola producción teatral.

No es oficio de la crítica teatral señalar estas cosas, pero habría que ser muy ingenuo para obviar la abrumadora presencia de la empresa privada. La obra fue producida por Simán. Nueve grandes empresas (incluyendo La Prensa Gráfica) patrocinaron la obra. El impacto de ese apoyo se hizo evidente en los altos niveles de producción y en la gran afluencia del público.

No cabe duda, por los agradecimientos y discursos que enmarcaron la obra, que el apoyo de la empresa privada se efectuó para proyectar los valores humanos y católicos que la obra representa. Pero la nueva producción de Tatiana de la Ossa Osegueda también posee indudables valores como gran espectáculo escénico. Eso la convierte en otro tipo de celebración: una fiesta teatral.

La obra fue inmensamente enriquecida con la danza de Humanum Tempore, las voces del Coro Schola Cantorum, la Orquesta de Cámara Clásica, la producción videográfica de Relativo Films, el sonido de Estudios Doble V y muchos otros participantes, incluyendo un enorme reparto actoral. En ese sentido, Guadalupe es un triunfo de producción.

Guadalupe posee la indudable estampa de la tenacidad y la visión integral de Tatiana, quien es autora del guión, productora general, directora artística y realizadora de la puesta en escena. El programa también le da crédito por el diseño de iluminación y como colaboradora en el diseño de vestuarios y accesorios.

Desde un punto de vista dramático la obra es elemental: recupera la historia, popular y mítica a un tiempo, de cómo Juan Diego se convirtió en un mensajero de la Virgen María. Esa línea narrativa, heredada de la tradición, se presenta sin complicación alguna.

El contexto histórico, ilustrado con imágenes de video, se presenta como una introducción y un epílogo narrados. La perspectiva de que la “leyenda” de Juan Diego está emplazada en la encrucijada histórica entre los períodos de la conquista y la colonia española nunca se pierde.

La simplicidad del drama sería aceptable de no ser por un factor tan positivo como inusitado: la extraordinaria actuación de Ana Ruth Aragón. Interpretando a la criada Carmiña, Ana Ruth es tan espléndida entre la multitud de actores como la guardiana de los religiosos que revela de inmediato la ausencia de verdaderos acontecimientos dramáticos en la obra. Vemos momentos en una historia, pero no el tipo de conflictos que esperamos de un drama.

Con su leve cojera, con su patrón sincopado de habla, Carmiña es una verdadera creación actoral. Cuando Juan Diego (Francisco Cabrera) se presenta por segunda vez a buscar al arzobispo, ella levanta su escoba y en ese momento de tensión entre ambos personajes sentimos de manera entrañable el tipo de temor que Juan Diego tiene de los españoles. El detalle humorístico de una escoba utilizada como un arma de contención surge de manera orgánica de la actuación de Ana Ruth.

La exuberancia de algunas escenas multitudinarias, como la fiesta popular en la plaza, podría haber sido calibrada con escenas de interacción más directa y dramática entre los actores como esos breves encuentros entre Ana Ruth y Francisco. El revuelo de tantos actores en escena no siempre es favorable, sobre todo al principio, pero la llegada del Virrey Don Francisco, interpretado por Juan Barrera, posee la fuerza de una verdadera ceremonia por su fastuosidad visual.

Jorge Alberto Jiménez, como Fray Juan de Zumárraga, y Leandro Sánchez Arauz, como el Almirante Don Fernando, son ejemplos de casting perfectos: ambos proyectan con naturalidad sus respectivos papeles como la mayor eminencia religiosa y como la mayor autoridad militar.

Karen Castillo, en el papel de Guadalupe, es otra cuestión: como espectador no dejo de pensar que veo a una joven “actuando” el papel de la Virgen. Sin embargo, en el video, su rostro irradia placidez y belleza.

En cierto sentido, el elemento protagónico de la obra, lo que le otorga una extraordinaria coherencia espiritual al conjunto, es la música de Walter Quevedo-Osegueda. Es una propuesta perfecta de música incidental para una obra teatral. La música está al servicio de la acción escénica, la complementa y la encumbra, pero mantiene su valor propio.

El video está ingeniosamente añadido a la obra. Es documental, didáctico casi, al principio y al final, pero asume un papel activo en las transiciones escénicas. La obra se abre así al campo y vemos a Juan Diego, en las pantallas, correr en un bosque real. El video se utiliza también para proyectar una aparición de la Virgen sobre las aguas. Pero nada anticipa el mágico uso que adquiere en la escena crucial de la revelación, cuando un collage de imágenes crea, en efecto, una visión.


Ficha técnica
  • Obra: “Guadalupe, la rosa de los vientos”.
  • Género: tema religioso que explora el misticismo del encuentro de la cultura española con la azteca.
  • Clasificación: para toda la familia.
  • Elenco: 64 actores, en una conjugación de diversas ramas de las artes: teatro, danza, música y video.
  • Libreto, dirección y producción: Tatiana de la Ossa.


Ávalos, Jorge. “Guadalupe”, una fiesta teatral”, La Prensa Gráfica, San Salvador, 28 de noviembre de 2003.