Madera de la buena

Mauricio Orellana

Así en la luz como en la sombra, hay madera de la buena en el olvidado edificio de nuestras letras contemporáneas... Ahí están los premios regionales de Jorge Ávalos...

Expuestas en sus vitrinas; exhibiéndose, torneadas y pulidas, en sus salones principales; tendidas al sol tras un baño de barniz con tinte; enmarcando sus preciosos ventanales y glorificando sus umbrales; realzando sus fachadas; sirviendo de quicio a sus puertas; fungiendo de vigas que soportan su techumbre; oficiando de tabiques, de pisos, de columnas. O amontonadas en sus recovecos, olvidadas en sus armarios oscuros, ocultas en sus húmedos sótanos. Así en la luz como en la sombra, hay madera de la buena en el olvidado edificio de nuestras letras contemporáneas.

A la luz: ahí está Horacio becado en Berlín, la obra de Claudia Hernández reconocida internacionalmente una vez más. Ahí están los premios regionales de Jorge Ávalos y de Jacinta Escudos: el Sinán y el Monteforte, el primero ya ganado en poesía por Miguel Huezo Mixco. También están ahí los que recién conquistaron una vez más a Quetzaltenango y sus florales (la lista es larga), y otros, muchos otros.

A la sombra: también hay un pequeño pero sustancioso ejército de creadores literarios, finas maderas no aptas para fachadas, pues en la intemperie se echarían a perder: estupendos cedros, rojizos caobas dignos de la mejor ebanistería, tablones de cedros, tablas de práctico pino y demás madera con temple de exportación.

Y en la oscuridad: me atrevo a decir que hay también otro grupo nutrido de talentos en ebullición, maderas aún en bruto comprometidas con sus noches y sus ratos libres. Conozco un par de esas regias vigas guardadas por ahí. Ya sea por esfuerzo individual o colectivo (hasta una casa hay para ellas en Los Planes), pujantes y con disciplina se irán ganando los puestos en la armazón de letras nuevas de nuestro edificio literario.

Estas maderas no son hechas para hogueras, y dejadas por desidia al desamparo, hasta se pueden pudrir.

Aunque también hay otras, categoría aparte, cuyos fines precisamente incendiarios las hacen buenas para expurgar y purificar. Vienen sin instrucciones. Manéjeselas con precaución.


Orellana Suárez, Mauricio. “Madera de la buena”, La Prensa Gráfica, 9 de septiembre de 2004.