Mostrando entradas con la etiqueta Entrevistas. Mostrar todas las entradas

Entrevista a Jorge Ávalos


“Un taller sí puede abrir una puerta a nuestro potencial creativo”



Gabriela Mendoza



Usted dijo que el tipo de taller que impartía era diferente a los demás, ¿qué tiene de diferente?

Nadie puede aprender a ser escritor por medio de un taller. Sin embargo, un taller sí puede abrir una puerta a nuestro potencial creativo, al potencial que ya está en nosotros, y puede mostrar opciones para canalizar el talento o la necesidad apremiante para la expresión personal. Los contenidos, la metodología y el diseño de mis talleres obedecen a esta convicción.

¿Qué temáticas incluye en los talleres que brinda?

Cada sesión de un taller debe estar estructurada alrededor de un objetivo de enseñanza. Los contenidos corresponden a estos objetivos. Yo me concentro en tres metas claramente definidas: la primera es desarrollar las habilidades de percepción de los estudiantes; la segunda es trabajar la memoria como fuente inagotable de inspiración; y la tercera es ejercitar la voluntad y el hábito de trabajo, que requiere dedicación y pasión constante.

¿Incluye alguna metodología para sus alumnos?

Sí. Mis estudiantes dedican un tercio del tiempo haciendo actividades prácticas para ejercitar la percepción sensorial; otro tercio, en ejercicios de memoria y de imaginación; y otro tercio en ejercicios de escritura.

Por lo general, ¿cuánto tiempo duran los talleres?

Yo prefiero una estructura de una sesión a la semana durante dos meses. Un taller debe ofrecer espacio para que el escritor trabaje por su cuenta y también debe tener un límite para que el escritor se gradúe de esa etapa y ponga a prueba lo que ha aprendido.

¿Qué se espera de los alumnos, que escriban algo grande, que publiquen?

No. Un taller es un período de proceso que permite la experimentación y la libertad. No es necesario que un participante escriba algo "grande". Lo más importante que un taller le ofrece al participante es la oportunidad para asumir la voluntad de crear por medio de la palabra. Para llegar a eso, el instructor tendrá que brindar nuevas herramientas y el participante deberá descubrir y utilizar sus propias habilidades y talento. Aun así, no niego el poder de la publicación. Los resultados de mi último taller de narrativa, organizado por el Foro de Escritores, fueron publicados, y tanto los participantes como yo nos sentimos muy orgullosos de los logros, tan evidentes.

¿Es importante que se impartan talleres de literatura en el país?

Sí, en la medida en que estén bien diseñados y con el interés del participante en mente.

¿Se considera detractor o partidario de los talleres?

Soy partidario de motivar la imaginación y la creación por cualquier medio, pero me opongo a las siguientes deformaciones de un taller, y las cuales he visto en El Salvador: primero, un taller no debe ser permanente, porque esto crea un sentido de dependencia en el taller por parte del participante; segundo, un taller no debe convertirse en una capilla para el escritor que lo imparte, porque esto atrofia el talento individial del participante; por último, un taller debe ser un espacio de confianza en el que no se viole la distancia saludable que debe existir entre la persona que imparte el taller y la persona que lo recibe. Este último punto es un imperativo ético que está a la raíz de cómo funciona un taller: los participantes son vulnerables porque comparten sus historias personales, nos abren sus corazones y exponen sus emociones. Por lo tanto, violar ese vínculo de mutua confianza es siempre un abuso de poder.

¿Recomendaría a los jóvenes que quieren empezar una "carrera" como escritores que se acerquen a los talleres literarios para formarse como tales?

Algunos de los participantes en mis talleres, que sentían que no podían escribir, son ahora escritores de oficio, algunos de ellos periodistas. Esto sucedió porque encontraron la confianza en sí mismos para confirmar una vocación que ya estaba latente. Así que sí es posible usar un taller para explorar la posibilidad de una carrera como escritor, como comunicador o como periodista.

¿Cuál es el papel del director del taller y cuál el del alumno?

Un taller es un proceso participativo. El instructor del taller es ante todo un facilitador que dirige al alumno a través de un proceso de auto aprendizaje. Mi filosofía es que el escritor se hace a sí mismo. No puede ser de otra manera porque escribir es una tarea muy solitaria y necesitamos aprender a gozar de esa soledad creativa.

Puede mencionar algunas experiencias enriquecedoras cuando ha impartido los talleres, algún caso en especial.

Yo tengo un ejercicio que llamo "del ángel", que funciona como una frontera: a menudo se convierte en la primera vez en que el participante escucha su propia voz. Casi siempre, más de alguno se pone a llorar al leer los resultados de ese ejercicio. Ese momento siempre es emocionante y enriquecedor para todos.

¿Algún resultado de sus talleres lo ha sorprendido?

Sí. Hay gente que desborda talento y uno no puede más que maravillarse. También he descubierto que hay escritores ya publicados, principalmente hombres, que sufren una crisis del ego cuando nadie los elogia en los talleres, es un fenómeno muy extraño que desaparece cuando aprenden a superar estímulos externos y se enfocan en sus propias fuerzas internas.

¿Qué debería esperar un alumno al terminar su taller de escritura?

Encontrar su propia voz.


Esta entrevista de fondo fue realizada por Gabriela Mendoza para sustentar el artículo Talleres de escritura: técnicas, intercambio y creación, publicado en El Diario de Hoy el miércoles 27 de enero de 2010.

Entrevista a Jorge Ávalos

“Escribir ficciones requiere de una relación de amor con el mundo”



Jorge Ávalos, el narrador salvadoreño ganador del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2004, habla sobre la identidad de sus cuentos y sobre las condiciones actuales en la región para el escritor creativo.

Enrique Jaramillo Levi



No puedo empezar una entrevista como esta sin hacerte la pregunta de cajón: ¿Qué significa para ti el haberte ganado el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2003-2004 con tu primer libro de cuentos?

Yo pertenezco a una generación de escritores que se formó durante la guerra de El Salvador, en medio de un gran vacío de oportunidades para publicar y difundir nuestra obra. Como mis colegas, me acostumbré a escribir desde el exilio para un público muy reducido de amigos. Y como ellos, he acumulado mucho trabajo sin publicar. Hace dos años comprendí que esto tenía que cambiar, así que en agosto del 2001 le informé a mi familia y a mis amigos de que regresaba a El Salvador para preparar la edición de mi obra inédita. Mi objetivo era de que en el año 2004 lanzaría mi primer libro; de hecho, pensaba hacerlo en España o en México, porque quería que mi trabajo literario tuviera la oportunidad de confrontar una fuerte opinión crítica, algo que en El Salvador no tenemos. Una publicación entregada al silencio de la crítica corre el peligro de convertirse en un libro sin eco, sin consecuencias históricas. El haber ganado el Premio Centroamericano de Literatura «Rogelio Sinán» significa que, en efecto, mi primer libro saldrá a luz en el 2004, pero validado de antemano por el exigente juicio crítico de Julio Escoto, Beatriz Valdez y Juan Antonio Gómez, los tres miembros del jurado. Es un gran privilegio.

Una de las primeras personas en felicitarme fue Alfonso Kijadurías, a quien yo considero un maestro, y quien me dijo: “Tu silenciosa entrega se ve así premiada”. El premio es un dulce recordatorio de que vale la pena seguir adelante con la labor solitaria y silenciosa de la escritura.

El jurado calificador parece estar muy impresionado con La ciudad del deseo, la obra premiada. Me gustaría que nos adelantaras una semblanza de sus contenidos temáticos y visión de mundo, una suerte de ficha de identidad hecha por su propio autor.

La ciudad del deseo es un libro de cuentos de amor. Consta de 32 cuentos muy variados en estilo, situaciones y temas, pero unidos por la fuerza del deseo de amor que impulsa a sus personajes. El deseo romántico y el deseo erótico se mezclan y confunden a veces. Uno de los cuentos, “La cifra desconocida” contiene una clave al libro: dos personajes tienen un encuentro erótico pero ambos viven y sienten el momento de maneras muy diferentes, casi opuestas. Esa es la naturaleza de los deseos encontrados: dos personajes hacen una sola relación, pero viven dos historias de amor completamente distintas. Ese tipo de paradoja marca la mayoría de los cuentos, que tratan sobre la guerra, el sexo, el amor y la muerte, aunque estos temas emergen de la realidad cotidiana de los personajes.

Creo que me oriento más por la caracterización de los personajes que por la fábula; y me preocupo más por retratar la vida interior de mis personajes que en dar evidencia de la realidad que los rodea. Sin embargo, el libro permite la coexistencia de dos polos estéticos opuestos: el realismo y lo fantástico. El cuento que le da título al libro es quizás el que mejor combina ambos mundos y el que mejor representa las ambiciones estéticas del libro. Juan Antonio Gómez observó que en ese cuento los aspectos fantásticos no son tratados de forma surrealista sino, al contrario, con un estilo que recurre a una forma de hiperrealismo. Y tiene razón, mi esfuerzo estilístico se encamina en esa dirección, pero creo que la mayor fascinación que ejerce este cuento radica en los personajes y las poderosas relaciones que se crean entre ellos. El cuento funciona porque el personaje de Lulú realmente sedujo mi imaginación. Amo a mis personajes; creo en ellos.

¿Dónde entra a escena el crítico de teatro y danza?

Irrumpí en la crítica porque era una manera de dar a los lectores un lenguaje claro y efectivo para discutir las propuestas de nuestros artistas escénicos. Por un lado, mi formación como antropólogo cultural me mueve naturalmente hacia la representación escénica. Es una práctica social que integra el juego, el rito, la magia y la investigación social. Por otro lado, la crítica es una actividad que te permite afinar tus poderes de observación. Antes de arribar al análisis de la obra un crítico debe aprehender la mecánica y la esencia de un acto, de la realidad de una representación que se sitúa, en ocasiones, más allá de la palabra. La crítica se convierte entonces en un desafío: ¿Cómo dar testimonio de lo que hemos visto y sentido ante una representación de danza, por ejemplo? ¿Sobre qué debe fundamentarse esa crítica, sobre los aspectos técnicos que hacen posible su representación o sobre los aspectos más subjetivos de tu recepción como parte del público? Esa tensión da cómo resultado una propuesta crítica que, al asumirla con disciplina y ética, confronta, valida, extiende y sustenta el impacto real de las artes escénicas.

Viviste muchos años en Nueva York. Cuéntanos algo de esa experiencia, así como de tu reinserción en la sociedad salvadoreña.

La brutalidad de la guerra en El Salvador me obligó a partir hacia los Estados Unidos a los 16 años de edad en 1981. Como un grano de arena en el mar, fui parte del éxodo más grande de refugiados en la historia de Centroamérica. Más de un millón de salvadoreños viven ahora en los Estados Unidos. Así que residí por siete años en San Francisco, donde viví en las calles y donde me formé como escritor y periodista colaborando con varios periódicos locales. Allí trabajé con reconocidos teatros itinerantes y de vodevil, aprendí casi todo lo que sé sobre las artes escénicas y conocí a grandes escritores. Durante esos años fui el ser humano más feliz de la tierra. En 1987 me mudé a Nueva York y me enamoré de la ciudad. La intensidad de la vida allí es increíble. Pero también fue un error, pues en esa gran ciudad me movía en círculos que no hablaban español y no tenía, por lo tanto, un público lector. Como escritor me aislé. Escribo en inglés muy bien pero no me nace escribir poesía o cuento, no sé por qué. Como artista visual gané grandes premios pero me agoté. En el año 2001 me ocurrió algo terrible. No entraré en detalles pero no exagero si digo que crucé “el valle de la muerte”. Eso fue lo que viví emocional y espiritualmente. Me rescaté a mí mismo escribiendo un largo poema: El espejo hechizado. Dejé de trabajar por varios meses, aprendí a vivir la vida nuevamente, me reuní por breves semanas con la mujer que más he amado en mi vida, una novelista a quien no había visto por diez años, y después empaqué mis maletas y regresé a El Salvador.

¿Cuál es tu concepción del cuento, no como definición, lo cual sería absurdo, sino como comprensión y proyección estéticas?

Alguien me preguntó, durante la mesa redonda en la Librería Exedra, si mis cuentos son autobiográficos. Y mi respuesta, muy sincera, es que sólo lo son en un sentido profundo. Hay personajes en mis cuentos que yo sólo conozco en el mundo de mi ficción y hay hechos que sólo les han ocurrido a ellos, no a mí. Pero toda ficción es autobiográfica porque nuestra percepción del mundo y la materia de nuestra memoria entran en juego a la hora de escribir. Los escritores de ficciones entregamos incontables horas de nuestra vida a nuestros mundos imaginarios, los cuales creamos a partir de nuestras sensibilidades y conocimientos. Estamos allí de forma virtual, reconfigurados con las obras de la palabra. Pero esas ficciones sólo son verosímiles en la medida en que el lector reconoce las texturas de la realidad o el ruido del tiempo que le ha tocado vivir. Escribir ficciones, entonces, requiere de una relación de amor con el mundo, de un conocimiento profundo de sus seres y sus entornos. Finalmente, un cuento es una forma breve que hace un uso estratégico y controlado de la síntesis y de la elipsis —la supresión de información. La experiencia estética del cuento requiere de la participación incondicional del lector como coautor de la ficción, pues es su imaginación la que llena los vacíos del cuento, la que resuelve los enigmas de su fábula. Por esto el escritor debe saber crear esos vacíos con tanta destreza como se crea la narración. El cuento es el arte de los equilibristas de la imaginación.

¿Cuál es la situación actual de la literatura salvadoreña, a tu juicio?

Nuestra mayor fuerza está en la narrativa. Las novelas “Euquenor” de Rolando Costa, “Tierra” de Ricardo Lindo, “La diabla en el espejo” de Horacio Castellanos Moya y “A-B-Sudario” de Jacinta Escudos son ejemplos muy sólidos de la diversidad y riqueza de nuestra literatura. No estamos a la misma altura en otros géneros. Hay mucha farándula alrededor de la poesía: festivales, encuentros, espacios semanales de lectura. Se trata de un activismo increíble, positivo en muchos sentidos, pero que da la falsa impresión de que estamos haciendo algo muy importante con la poesía. Pero la verdad es que nuestra poesía actual está estancada. La apariencia de salud literaria no compensa las grandes carencias: la falta de disciplina en el manejo del talento, la falta de formación técnica y, sobre todo, la falta de hambre por poseer la vida por medio de la palabra.

¿Y cómo anda en tu país el ambiente propiamente editorial?

En apariencia estamos muy bien. Tenemos una editorial estatal que publica alrededor de 40 títulos anuales, y varias editoriales independientes compitiendo por la atención de un sector principalmente estudiantil. Además, los medios de prensa son muy receptivos a la actividad literaria. En ese sentido estamos mucho mejor que otros países centroamericanos. Pero yo creo que no podemos ver la dinámica editorial exclusivamente en términos de producción impresa. En El Salvador tenemos mucha oferta creativa enfrentada a una insuficiente demanda editorial, y esto está complicado por una alta oferta de publicaciones enfrentada a una mínima demanda de lectores. Es un problema casi insuperable, y es evidente de que no se trata sólo de un problema de escasos recursos editoriales. Más bien, tenemos un serio problema social: un sector literario desesperado por expresarse y publicar ante un pueblo que no lee o lee muy poco. También existe el problema adicional de un público que, con muy pocas excepciones, no se siente identificado por la literatura que se escribe actualmente. Algunos cambios son urgentes: el Ministerio de Educación necesita promover la lectura de nuestros escritores en las escuelas, las editoriales necesitan ubicarse mejor en el mercado y los escritores necesitan profesionalizarse. Nada de esto tiene que ver con el arte de escribir pero sin estas cosas la literatura no tiene futuro.

¿Qué sugerencias podrías hacernos para mejorar la calidad del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”?

El premio ha alcanzado un gran prestigio regional. Ahora que se aproximan a la décima edición tienen que convertirlo en una ocasión especial, evaluar sus logros y valorar críticamente a los autores premiados. Creo que el mayor reto para el futuro está en conseguir una mayor circulación de las obras ganadoras. Los acuerdos comerciales entre los países de la región centroamericana deberían facilitar la distribución y comercialización de los libros como parte de una política de integración cultural. Irónicamente, nuestros pueblos fueron divididos por una historia común, pero el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, que celebra nuestra diversidad creativa, nos prueba que un mayor acercamiento cultural entre los centroamericanos no es una utopía.


Jaramillo Levi, Enrique. “Entrevista a Jorge Ávalos: Escribir ficciones requiere de una relación de amor con el mundo”, El Faro, 18 de octubre de 2004. Republicada en la revista panameña de cultura Maga, # 54-55, mayo-diciembre de 2004, Panamá.

Coordinador del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, Enrique Jaramillo Levi (1944) es un importante y prolífico cuentista, ensayista y promotor cultural panameño. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Caracol y otros cuentos (Alfaguara, México, 1998); Duplicaciones (Casiopea, Barcelona, 2001); El vendedor de libros (Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador, 2001); Pequeñas resistencias: Antología del cuento centroamericano contemporáneo (Páginas de Espuma, Madrid, 2001).

La poesía es la sed de mis ojos

II Festival Internacional de Poesía: Entrevista a Jorge Ávalos



Geovanny Ábrego



¿Qué te parece que se realice por segunda ocasión el Festival Internacional de Poesía en un país como El Salvador, donde no existe, lastimosamente, una gran cultura de la lectura?

El Salvador es el país ideal para un festival internacional de poesía precisamente porque no tenemos una gran cultura de la lectura. Politizados en extremo, todos tenemos una opinión, una causa, una verdad o un reclamo que expresar. El festival es nuestra oportunidad para cerrar la boca y aprender a escuchar.

¿Para qué sirve la poesía?

No puedo hablar por otros, pero para mí la poesía es la sed de mis ojos, el hambre de mis oídos, la voz de mi tacto, lo que me confunde y me recuerda que no todo tiene una explicación o una lógica. Yo escribo poesía no para decir algo sino para escuchar lo que me dice el mundo.

¿En qué puede aportar un festival de poesía, ya sea social o individualmente?

Que diga el presidente Francisco Flores lo que quiera, la verdad es que El Salvador es una tribu perdida en la selva global. Y la violencia social, la migración y la destrucción ecológica provocada por un crecimiento urbano sin control nos está llevando a la extinción. Pero cuando escucho un poema de Ricardo Lindo, cuando veo una pintura de Benjamín Cañas, cuando toco, furtivamente, una escultura de Verónica Vides, o cuando lucho para describir una coreografía de Eunice Payés, algo dentro de mí se estremece y me recuerda por qué estoy de regreso en este país que me ha quitado todo y me ha dado todo, porque no tengo nada de valor sino mi nombre y mis palabras.

¿Cuál es la función del poeta?

La figura opuesta a la de un poeta es la del político salvadoreño, que hace con la palabra lo que tantos otros hicieron con el colón, nuestra moneda nacional, por cien años: devaluarla. Para un político la palabra es un recurso para encubrir la verdad, para un poeta la palabra es luz: ilumina la realidad con la palabra utilizada en su forma más bella y más terrible. “Lo bello es apenas el comienzo de lo terrible”, escribió Rilke. En El Salvador estamos acostumbrados a lo terrible, pero muy pocos saben que lo terrible es también un camino hacia la belleza si la poesía es la lámpara que ilumina ese camino.


Ábrego, Geovanny. “La poesía es la sed de mis ojos” (II Festival Internacional de Poesía: Entrevista a Jorge Ávalos), La Prensa Gráfica, jueves 19 de junio de 2003.