Entrevista a Jorge Ávalos

“Escribir ficciones requiere de una relación de amor con el mundo”



Jorge Ávalos, el narrador salvadoreño ganador del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2004, habla sobre la identidad de sus cuentos y sobre las condiciones actuales en la región para el escritor creativo.

Enrique Jaramillo Levi



No puedo empezar una entrevista como esta sin hacerte la pregunta de cajón: ¿Qué significa para ti el haberte ganado el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán” 2003-2004 con tu primer libro de cuentos?

Yo pertenezco a una generación de escritores que se formó durante la guerra de El Salvador, en medio de un gran vacío de oportunidades para publicar y difundir nuestra obra. Como mis colegas, me acostumbré a escribir desde el exilio para un público muy reducido de amigos. Y como ellos, he acumulado mucho trabajo sin publicar. Hace dos años comprendí que esto tenía que cambiar, así que en agosto del 2001 le informé a mi familia y a mis amigos de que regresaba a El Salvador para preparar la edición de mi obra inédita. Mi objetivo era de que en el año 2004 lanzaría mi primer libro; de hecho, pensaba hacerlo en España o en México, porque quería que mi trabajo literario tuviera la oportunidad de confrontar una fuerte opinión crítica, algo que en El Salvador no tenemos. Una publicación entregada al silencio de la crítica corre el peligro de convertirse en un libro sin eco, sin consecuencias históricas. El haber ganado el Premio Centroamericano de Literatura «Rogelio Sinán» significa que, en efecto, mi primer libro saldrá a luz en el 2004, pero validado de antemano por el exigente juicio crítico de Julio Escoto, Beatriz Valdez y Juan Antonio Gómez, los tres miembros del jurado. Es un gran privilegio.

Una de las primeras personas en felicitarme fue Alfonso Kijadurías, a quien yo considero un maestro, y quien me dijo: “Tu silenciosa entrega se ve así premiada”. El premio es un dulce recordatorio de que vale la pena seguir adelante con la labor solitaria y silenciosa de la escritura.

El jurado calificador parece estar muy impresionado con La ciudad del deseo, la obra premiada. Me gustaría que nos adelantaras una semblanza de sus contenidos temáticos y visión de mundo, una suerte de ficha de identidad hecha por su propio autor.

La ciudad del deseo es un libro de cuentos de amor. Consta de 32 cuentos muy variados en estilo, situaciones y temas, pero unidos por la fuerza del deseo de amor que impulsa a sus personajes. El deseo romántico y el deseo erótico se mezclan y confunden a veces. Uno de los cuentos, “La cifra desconocida” contiene una clave al libro: dos personajes tienen un encuentro erótico pero ambos viven y sienten el momento de maneras muy diferentes, casi opuestas. Esa es la naturaleza de los deseos encontrados: dos personajes hacen una sola relación, pero viven dos historias de amor completamente distintas. Ese tipo de paradoja marca la mayoría de los cuentos, que tratan sobre la guerra, el sexo, el amor y la muerte, aunque estos temas emergen de la realidad cotidiana de los personajes.

Creo que me oriento más por la caracterización de los personajes que por la fábula; y me preocupo más por retratar la vida interior de mis personajes que en dar evidencia de la realidad que los rodea. Sin embargo, el libro permite la coexistencia de dos polos estéticos opuestos: el realismo y lo fantástico. El cuento que le da título al libro es quizás el que mejor combina ambos mundos y el que mejor representa las ambiciones estéticas del libro. Juan Antonio Gómez observó que en ese cuento los aspectos fantásticos no son tratados de forma surrealista sino, al contrario, con un estilo que recurre a una forma de hiperrealismo. Y tiene razón, mi esfuerzo estilístico se encamina en esa dirección, pero creo que la mayor fascinación que ejerce este cuento radica en los personajes y las poderosas relaciones que se crean entre ellos. El cuento funciona porque el personaje de Lulú realmente sedujo mi imaginación. Amo a mis personajes; creo en ellos.

¿Dónde entra a escena el crítico de teatro y danza?

Irrumpí en la crítica porque era una manera de dar a los lectores un lenguaje claro y efectivo para discutir las propuestas de nuestros artistas escénicos. Por un lado, mi formación como antropólogo cultural me mueve naturalmente hacia la representación escénica. Es una práctica social que integra el juego, el rito, la magia y la investigación social. Por otro lado, la crítica es una actividad que te permite afinar tus poderes de observación. Antes de arribar al análisis de la obra un crítico debe aprehender la mecánica y la esencia de un acto, de la realidad de una representación que se sitúa, en ocasiones, más allá de la palabra. La crítica se convierte entonces en un desafío: ¿Cómo dar testimonio de lo que hemos visto y sentido ante una representación de danza, por ejemplo? ¿Sobre qué debe fundamentarse esa crítica, sobre los aspectos técnicos que hacen posible su representación o sobre los aspectos más subjetivos de tu recepción como parte del público? Esa tensión da cómo resultado una propuesta crítica que, al asumirla con disciplina y ética, confronta, valida, extiende y sustenta el impacto real de las artes escénicas.

Viviste muchos años en Nueva York. Cuéntanos algo de esa experiencia, así como de tu reinserción en la sociedad salvadoreña.

La brutalidad de la guerra en El Salvador me obligó a partir hacia los Estados Unidos a los 16 años de edad en 1981. Como un grano de arena en el mar, fui parte del éxodo más grande de refugiados en la historia de Centroamérica. Más de un millón de salvadoreños viven ahora en los Estados Unidos. Así que residí por siete años en San Francisco, donde viví en las calles y donde me formé como escritor y periodista colaborando con varios periódicos locales. Allí trabajé con reconocidos teatros itinerantes y de vodevil, aprendí casi todo lo que sé sobre las artes escénicas y conocí a grandes escritores. Durante esos años fui el ser humano más feliz de la tierra. En 1987 me mudé a Nueva York y me enamoré de la ciudad. La intensidad de la vida allí es increíble. Pero también fue un error, pues en esa gran ciudad me movía en círculos que no hablaban español y no tenía, por lo tanto, un público lector. Como escritor me aislé. Escribo en inglés muy bien pero no me nace escribir poesía o cuento, no sé por qué. Como artista visual gané grandes premios pero me agoté. En el año 2001 me ocurrió algo terrible. No entraré en detalles pero no exagero si digo que crucé “el valle de la muerte”. Eso fue lo que viví emocional y espiritualmente. Me rescaté a mí mismo escribiendo un largo poema: El espejo hechizado. Dejé de trabajar por varios meses, aprendí a vivir la vida nuevamente, me reuní por breves semanas con la mujer que más he amado en mi vida, una novelista a quien no había visto por diez años, y después empaqué mis maletas y regresé a El Salvador.

¿Cuál es tu concepción del cuento, no como definición, lo cual sería absurdo, sino como comprensión y proyección estéticas?

Alguien me preguntó, durante la mesa redonda en la Librería Exedra, si mis cuentos son autobiográficos. Y mi respuesta, muy sincera, es que sólo lo son en un sentido profundo. Hay personajes en mis cuentos que yo sólo conozco en el mundo de mi ficción y hay hechos que sólo les han ocurrido a ellos, no a mí. Pero toda ficción es autobiográfica porque nuestra percepción del mundo y la materia de nuestra memoria entran en juego a la hora de escribir. Los escritores de ficciones entregamos incontables horas de nuestra vida a nuestros mundos imaginarios, los cuales creamos a partir de nuestras sensibilidades y conocimientos. Estamos allí de forma virtual, reconfigurados con las obras de la palabra. Pero esas ficciones sólo son verosímiles en la medida en que el lector reconoce las texturas de la realidad o el ruido del tiempo que le ha tocado vivir. Escribir ficciones, entonces, requiere de una relación de amor con el mundo, de un conocimiento profundo de sus seres y sus entornos. Finalmente, un cuento es una forma breve que hace un uso estratégico y controlado de la síntesis y de la elipsis —la supresión de información. La experiencia estética del cuento requiere de la participación incondicional del lector como coautor de la ficción, pues es su imaginación la que llena los vacíos del cuento, la que resuelve los enigmas de su fábula. Por esto el escritor debe saber crear esos vacíos con tanta destreza como se crea la narración. El cuento es el arte de los equilibristas de la imaginación.

¿Cuál es la situación actual de la literatura salvadoreña, a tu juicio?

Nuestra mayor fuerza está en la narrativa. Las novelas “Euquenor” de Rolando Costa, “Tierra” de Ricardo Lindo, “La diabla en el espejo” de Horacio Castellanos Moya y “A-B-Sudario” de Jacinta Escudos son ejemplos muy sólidos de la diversidad y riqueza de nuestra literatura. No estamos a la misma altura en otros géneros. Hay mucha farándula alrededor de la poesía: festivales, encuentros, espacios semanales de lectura. Se trata de un activismo increíble, positivo en muchos sentidos, pero que da la falsa impresión de que estamos haciendo algo muy importante con la poesía. Pero la verdad es que nuestra poesía actual está estancada. La apariencia de salud literaria no compensa las grandes carencias: la falta de disciplina en el manejo del talento, la falta de formación técnica y, sobre todo, la falta de hambre por poseer la vida por medio de la palabra.

¿Y cómo anda en tu país el ambiente propiamente editorial?

En apariencia estamos muy bien. Tenemos una editorial estatal que publica alrededor de 40 títulos anuales, y varias editoriales independientes compitiendo por la atención de un sector principalmente estudiantil. Además, los medios de prensa son muy receptivos a la actividad literaria. En ese sentido estamos mucho mejor que otros países centroamericanos. Pero yo creo que no podemos ver la dinámica editorial exclusivamente en términos de producción impresa. En El Salvador tenemos mucha oferta creativa enfrentada a una insuficiente demanda editorial, y esto está complicado por una alta oferta de publicaciones enfrentada a una mínima demanda de lectores. Es un problema casi insuperable, y es evidente de que no se trata sólo de un problema de escasos recursos editoriales. Más bien, tenemos un serio problema social: un sector literario desesperado por expresarse y publicar ante un pueblo que no lee o lee muy poco. También existe el problema adicional de un público que, con muy pocas excepciones, no se siente identificado por la literatura que se escribe actualmente. Algunos cambios son urgentes: el Ministerio de Educación necesita promover la lectura de nuestros escritores en las escuelas, las editoriales necesitan ubicarse mejor en el mercado y los escritores necesitan profesionalizarse. Nada de esto tiene que ver con el arte de escribir pero sin estas cosas la literatura no tiene futuro.

¿Qué sugerencias podrías hacernos para mejorar la calidad del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”?

El premio ha alcanzado un gran prestigio regional. Ahora que se aproximan a la décima edición tienen que convertirlo en una ocasión especial, evaluar sus logros y valorar críticamente a los autores premiados. Creo que el mayor reto para el futuro está en conseguir una mayor circulación de las obras ganadoras. Los acuerdos comerciales entre los países de la región centroamericana deberían facilitar la distribución y comercialización de los libros como parte de una política de integración cultural. Irónicamente, nuestros pueblos fueron divididos por una historia común, pero el Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, que celebra nuestra diversidad creativa, nos prueba que un mayor acercamiento cultural entre los centroamericanos no es una utopía.


Jaramillo Levi, Enrique. “Entrevista a Jorge Ávalos: Escribir ficciones requiere de una relación de amor con el mundo”, El Faro, 18 de octubre de 2004. Republicada en la revista panameña de cultura Maga, # 54-55, mayo-diciembre de 2004, Panamá.

Coordinador del Premio Centroamericano de Literatura “Rogelio Sinán”, Enrique Jaramillo Levi (1944) es un importante y prolífico cuentista, ensayista y promotor cultural panameño. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Caracol y otros cuentos (Alfaguara, México, 1998); Duplicaciones (Casiopea, Barcelona, 2001); El vendedor de libros (Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador, 2001); Pequeñas resistencias: Antología del cuento centroamericano contemporáneo (Páginas de Espuma, Madrid, 2001).