En defensa de Horacio Castellanos Moya

Respuesta a la publicación El “caso” Castellanos Moya de David Hernández

A través de su periodismo combativo, de su pionera labor como editor y de sus polémicos libros, Castellanos Moya ha puesto sobre la mesa de discusión temas antes intocables para la sociedad salvadoreña: la inmoralidad en el seno de la izquierda, la identidad nacional construida sobre la base de símbolos frívolos, las raíces socioeconómicas o históricas de la violencia, y mucho más. La innegable popularidad de novelas como El asco ha permitido discusiones abiertas, perseverantes y, finalmente, provechosas, sobre preocupaciones y obsesiones nacionales que, como descubrimos más tarde, atañen a toda la región por las experiencias compartidas de guerras y posguerras.

Jorge Ávalos


San Salvador, Viernes, 13 de Agosto de 2004

Señor Peter Ripken
Sociedad para el Fomento de la Literatura
de África, Asia y Latinoamérica
Francfort, Alemania

Estimado Señor Ripken:

He tomado la iniciativa de responder a una carta escrita por el señor David Hernández, que ha sido masivamente difundida en El Salvador y que, bajo el título «El ‘caso’ Castellanos Moya» fue formalmente publicada en el semanario El Faro (elfaro.net) la semana del 2 al 8 de agosto pasado. Aunque el señor Hernández asegura que su carta es una petición para que se «revise» la aceptación de Castellanos Moya al programa Ciudad Refugio, es evidente para mí, y quiero demostrar esto con mi respuesta, que su propósito es otro. El título mismo de la carta del señor Hernández delata su intención: fabricar un caso, un proceso público, contra Castellanos Moya.

«Me siento», escribe el señor Hernández, «con la obligación ética de hacer este pronunciamiento público ante una mentira tan grande, mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya se ha burlado de la buena voluntad de sus anfitriones alemanes, a quienes va dirigida en primera instancia esta carta». La ejecución de una obligación ética es siempre acompañada de un proceder ético. Pero la carta del señor Hernández está mucho más cerca de un linchamiento verbal. A continuación yo enumero y respondo a 10 acusaciones distintas que él hace contra el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya.

Es claro que el punto de partida de la carta, su resorte argumental, es la opinión de que la aplicación de Castellanos Moya al programa Ciudad Refugio carece de méritos. Quiero, por lo tanto, ofrecer una prueba destacada y contundente de que esto es falso y que Castellanos Moya sí tiene razón en buscar albergue y apoyo fuera de las fronteras de El Salvador para realizar su labor creativa.

Ofrezco como única prueba la carta escrita por el señor David Hernández, que menciono al inicio de mi carta y a la que respondo a continuación. Obviamente, la carta del señor Hernández fue escrita recientemente, pero este documento cristaliza, como ninguno, la voluntad de violento rechazo que Castellanos Moya y su obra literaria padecen en El Salvador, a pesar de, o quizás debido al creciente prestigio internacional que ha generado en la crítica especializada y entre escritores prominentes a escala internacional.

En un entorno globalizado, donde la rapidez de la difusión informativa genera reportajes vertiginosos, la noticia de que Castellanos Moya había sido aceptado en el programa Ciudad Refugio en Francfort causó revuelo y provocó fuertes reacciones en los niveles más altos del periodismo y la política salvadoreña. El eje principal de las reacciones negativas, que especulaban a partir de información confusa e incierta, fue la larga carta escrita por el señor Hernández, pues esta contenía los principales ataques que luego se esgrimieron contra Castellanos Moya.

La carta del señor Hernández, tal y como lo demuestro a continuación, es una porosa masa de calumnias sin estructura lógica, diseñada para agredir y menoscabar la reputación de Castellanos Moya. Nótese que en la sección «2. Los hechos concretos» la carta del señor Hernández no ofrece ningún hecho concreto. Nótese que después de la petición que el señor Hernández hace «a los anfitriones de la ciudad de Francfort del Meno a que revisen el ‘caso’ Moya», se mueve rápidamente a la sección «4. Conclusión del ‘caso Moya’». Obviamente, sin haber realizado una verdadera investigación del «caso», sin hechos concretos y sin pruebas de ningún tipo, el señor Hernández no puede presumir de tener la autoridad para pasar juicio sobre la persona de Castellanos Moya ni sobre el programa Ciudad Refugio en Francfort.

Necesito, entonces, realizar un detallado ejercicio lógico y responder, una por una, a las acusaciones injuriosas e injustas del señor Hernández. Pido disculpas, de antemano, por escribir una respuesta tan larga pero, a mi manera de ver, necesaria.

1.

De acuerdo al señor Hernández, para aplicar al programa Ciudad Refugio Castellanos Moya ha recurrido a «trucos» que «bien pueden ser fantasías de él o de su madre, o de sus amigos» y que considera «nada comprobables». «Sus argumentaciones», alega, «se basan en afirmaciones bastante dudosas», incluyendo amenazas de muerte que su madre recibió por teléfono o «un correo electrónico anónimo, no digno de credibilidad, y que los mismos protagonistas pueden haber hecho circular».

Estas no son pruebas de que Castellanos Moya ha mentido, son especulaciones infundadas. Sobre qué base verificable puede el señor Hernández cuestionar estos argumentos, no lo sé. Lo que sí es claro es que si el señor Hernández tenía duda alguna sobre cualquiera de las explicaciones que Castellanos Moya utilizó para fundamentar su aplicación al programa Ciudad Refugio, su carta debió haber terminado aquí, con este cuestionamiento básico del contenido de la aplicación de Castellanos Moya. El paso siguiente habría sido solicitar más información al respecto. Pero esto no es lo que hizo.

2.

El señor Hernández asegura que Castellanos Moya «ha manipulado a sus amigos para que mientan en su provecho personal». Y esta aseveración lleva a una acusación mucho más seria: «Incluso sus amigos se ofrecían para montarle una farsa de atentado». Si esto último fuera cierto, es decir, si un grupo de amigos hizo una propuesta semejante, esta no tiene ninguna relevancia en este caso por dos razones: a) porque Castellanos Moya no puede ser hecho responsable de lo que sus amigos piensen, digan o hagan; y b) porque nunca se montó ninguna «farsa de atentado», porque nunca ocurrió algo semejante que merezca consideración alguna. No se puede acusar a una persona de haber incitado una acción que nunca ocurrió.

Por lo tanto, debemos considerar seriamente que el propósito del señor Hernández al hacer esta acusación no es lógico sino maquiavélico: relativizar cualquier apoyo que Castellanos Moya pueda recibir en su defensa. Si sus amigos también son farsantes, no hay nada que ellos puedan decir por él. Esta es una falacia sólo sustentada por otra falacia.

Por si fuera necesario decirlo, hago la siguiente aclaración: Castellanos Moya y yo no somos amigos. Aparte de intercambios casuales de correspondencia, no he tenido nunca un diálogo con él. Una sola vez hemos coincidido en el mismo país y el único encuentro que tuve con él en esa ocasión duró 10 minutos.

3.

Una de las imputaciones más sorprendentes hechas por el señor Hernández es esta: «no puedo más que condenar este hecho que linda con el parasitismo social a un nivel de lumpen proletariado». Esta es la misma acusación —exactamente la misma— que el gobierno soviético hizo contra el poeta Joseph Brodsky en febrero de 1964 para justificar su arresto y condena a cinco años de trabajo forzado. Dado que el lenguaje de esta afirmación sólo puede encontrar eco en el sector más retrógrado de la intelectualidad de izquierda, el señor Hernández reintroduce después la misma afirmación con un lenguaje que busca eco en un sector conservador: «Se trata de un gandul que ha hecho de la manipulación y la mentira su ‘modus vivendi’». Esta es la descripción de un gangster o de un rufián de poca monta, no de un intelectual, y está tan lejos de la verdad que se trata de una calumnia descarada. La carrera literaria de Castellanos Moya, que se inicia en su adolescencia, es una de las más productivas e infatigables que yo conozco. El mejor testimonio de que Castellanos Moya no es un «parásito» ni un «gandul» es su notable productividad periodística y literaria.

4.

La acusación más seria del señor Hernández es también la más negligente. «de paso ha quitado la oportunidad a un verdadero escritor perseguido para que venga en su lugar». En declaraciones hechas a La Prensa Gráfica de El Salvador (LPG), él mismo se encarga de explicar la verdadera implicación de lo que dice: «este hecho es antiético porque le quita el puesto a algún escritor que pueda estar en peligro de muerte» (LPG, julio 28, 2004).

La gravísima insinuación de que Castellanos Moya es potencialmente culpable de la muerte de un escritor en peligro es tan insensata que por sí misma merece una investigación por parte del Parlamento Internacional de Escritores (PIE), y quien merece ser investigado no es Castellanos Moya sino el señor Hernández. Evidentemente, el señor Hernández no puede ofrecer pruebas de que esto haya ocurrido ni puede anticipar objetivamente que esto habrá de ocurrir. Pero demos un paso atrás y conjeturemos, por razones argumentativas, que esto es cierto.

Supongamos que por razones financieras, cuando el programa Ciudad Refugio acepta a un escritor se niega el puesto a otro; por lo tanto, al momento de evaluar a un escritor, el programa debe considerar el grado de necesidad o de peligro del escritor. A partir de este razonamiento tenemos que considerar dos cosas con respecto al caso específico que ocupa nuestra atención.

Primero, el programa aceptó a Castellanos Moya dos años después de su aplicación; evidentemente, ni Castellanos Moya ni la Red de Ciudad Refugio vieron que su caso merecía acción inmediata, y su aplicación fue aceptada por el PIE sobre otras bases, no sobre la consideración de peligro inminente.

Segundo, cuando Castellanos Moya aplicó al programa Ciudad Refugio por mediación del francés Phillipe Olle-Laprune, en México, lo hizo con transparencia, utilizando el mismo argumento que empleó públicamente al abandonar su país de origen. El PIE encontró validez en la aplicación de Castellanos Moya. Cabe recordar que son ellos y sólo ellos quienes tienen el poder y el criterio para aceptarlo o rechazarlo. Por lo tanto, si se diera el caso extraordinario de que un escritor, rechazado del programa porque se aceptó a Castellanos Moya en su lugar, fuese asesinado, la culpa no sería de Castellanos Moya. Tampoco sería culpa del PIE, aunque en ese caso extremo sus miembros deberían evaluar su propio proceso de decisión para garantizar así la eficacia del programa.

Esto es algo, señor Ripken, en lo que claramente estamos de acuerdo. Por una nota periodística supe que usted, como anfitrión de Castellanos Moya en Francfort, hizo la declaración siguiente: “Es totalmente irresponsable de parte del señor David Hernández hablar en tales términos. Decir que Castellanos Moya está tomando el lugar de otros escritores (en peligro) es incorrecto y está lejos de la verdad” (LPG, julio 31, 2004).

5.

El señor Hernández cree que la beca otorgada a Castellanos Moya por el programa Ciudad Refugio «está poniendo en entredicho todo el proceso de democratización, sobre todo a nivel cultural, que se ha iniciado en un ambiente de consenso social en El Salvador, luego de la firma de los Acuerdos de Paz de 1992».

¿Es el proceso de democratización en El Salvador tan frágil que las acciones de un escritor son suficientes para ponerlo «en entredicho»?

En realidad, lo opuesto es la verdad. El señor Hernández está acusando a Castellanos Moya de perturbar un proceso al que Castellanos Moya ha contribuido tanto como cualquiera y, en el ámbito literario, quizás más que nadie. A través de su periodismo combativo, de su pionera labor como editor y de sus polémicos libros, Castellanos Moya ha puesto sobre la mesa de discusión temas antes intocables para la sociedad salvadoreña: la inmoralidad en el seno de la izquierda, la identidad nacional construida sobre la base de símbolos frívolos, las raíces socioeconómicas o históricas de la violencia, y mucho más. La innegable popularidad de novelas como El asco ha permitido discusiones abiertas, perseverantes y, finalmente, provechosas, sobre preocupaciones y obsesiones nacionales que, como descubrimos más tarde, atañen a toda la región por las experiencias compartidas de guerras y posguerras.

Por otro lado, es necesario recordar que el señor Hernández se equivoca en otro punto. En El Salvador se vive actualmente un período de polarización política y violencia social. No existe «un ambiente de consenso social», excepto aquel que Castellanos Moya ha sabido hurgar con su palabra: el consenso alrededor de lo que es más despreciable acerca de nuestra realidad, el consenso acerca de lo que es necesario cambiar absolutamente. Porque esto es, sin duda, lo que nuestros políticos tratan de hacer o deshacer como pueden: cambiar las condiciones de violencia, atraso y pobreza del país para crear prosperidad y forjar futuro. Si no fuera así, no necesitaríamos de los políticos. Hay que admirar, por lo tanto, la tenacidad de Castellanos Moya para hablar mal de su país: en El Salvador encuentra su centro de acción creativa, su imaginario vital, su pasión más duradera. Su función intelectual contra El Salvador no es, por lo tanto, distinta a la que Thomas Bernhard ha realizado contra Suiza o Juan Goytisolo contra España. A propósito de éste último, Mario Vargas Llosa ha escrito: «Hay que desconfiar de los novelistas que hablan bien de su país: el patriotismo, virtud fecunda para militares y funcionarios, suele ser pobre literariamente. La literatura en general y la novela en particular, son expresión de descontento: el servicio social que prestan consiste en recordar a los hombres que el mundo siempre estará mal hecho, que la vida siempre deberá cambiar».

6.

El señor Hernández escribe: «Que ahora Castellanos Moya, blandiendo el fantasma de ese pasado que El Salvador ya superó, diga que es perseguido político y que está amenazado a muerte, es algo muy triste en primer lugar y de una catadura moral bastante deleznable, pues pone sus egoístas intereses personales oportunistas, para lograr un estipendio mediante la mentira y la farsa».

Todo escritor que aplica y acepta una beca o un subsidio, tal y como el señor Hernández lo hizo hace casi veinte años cuando llegó a Alemania («estipendiado» como él mismo explica) está tomando una oportunidad para llenar sus «egoístas intereses personales». Ese es el propósito de las becas, para eso son creadas, para impulsar las carreras de individuos con fuertes motivaciones personales. No se requiere «catadura moral» para ello, sólo autoestima, mérito y tenacidad.

El interrogante moral, en este caso en particular, es el siguiente: Para lograr la realización de sus intereses personales, para conseguir esa beca, ¿ha recurrido Castellanos Moya a «la mentira y la farsa»? En otras palabras, ¿carece de mérito su petición? Este es un punto muerto, un punto que no es necesario debatir, por dos sencillas razones aclaradas en los medios de prensa: a) Castellanos Moya no ha pedido asilo político: nunca ha manifestado que «es perseguido político» del estado o que está «amenazado a muerte» como consecuencia de esa supuesta persecución política; y b) lo que se le ha otorgado a Castellanos Moya es una beca de escritor, porque el PIE considera que él, tal y como lo explicó usted, señor Ripken, «es un escritor experimentado que se integrará a la vida cultural y literaria de la ciudad» (LPG, julio 29, 2004). Esta declaración es, por cierto, muy similar a la reacción previa de Manlio Argueta, quien conoce muy bien el mundo internacional de las becas para escritores: «Es importante el apoyo que se le da en Alemania. Estará en un centro cultural mundial (la ciudad de Francfort), donde tendrá acceso a bibliotecas para investigación y el tiempo necesario para dedicarse por completo a su obra» (LPG, julio 28, 2004).

¿Se puede decir, entonces, que Castellanos Moya «está falseando la verdad y, aprovechándose de la buena voluntad de los anfitriones alemanes, los ha engañado con su ‘viejo truquito’ de escritor perseguido y amenazado a muerte»? Por supuesto que no. Por lo visto, quien está esgrimiendo una mentira no es Castellanos Moya sino el señor Hernández. Este último debe, por lo tanto, facilitar pruebas si lo que dice es verdad.

7.

Ninguna otra línea de pensamiento del señor Hernández genera más extrañeza que ésta: «Castellanos Moya alega que su ‘persecusión’ se debe a las obras que él ha escrito. Esto es una falsedad más, ya que en El Salvador se están publicando libros más atrevidos y de mejor calidad que las supuestas ‘obras malditas’ de Moya, sin que a los autores el actual régimen los persiga a muerte, los encarcele o los exilie».

Si el propósito principal del programa Ciudad Refugio fuese únicamente proteger la vida del escritor amenazado, tal y como el señor Hernández asegura, ¿qué importancia tiene la calidad de la obra? ¿Cuál sería la «catadura moral» del programa si su misión fuese proteger sólo a los escritores que «están publicando libros más atrevidos y de mejor calidad»? ¿Es acaso un objetivo del programa que los peores escritores mueran? ¿Es su propósito último ejercer una forma letal de crítica literaria?

¿Cuál es el criterio mínimo que salvaría a un escritor de la muerte? ¿Su buena ortografía? ¿Su capacidad para la experimentación? ¿La riqueza de su vocabulario? ¿La profundidad sicológica de sus personajes?

Esta declaración del señor Hernández es meramente hipócrita. Ningún régimen, ningún sector violento, ningún grupo de poder persigue a un escritor sobre la base de criterios literarios.

8.

La noticia de que Castellanos Moya había «obtenido asilo por persecución» (LPG, julio 28, 2004), generó reacciones inmediatas de la comunidad intelectual, de José Roberto Dutriz, Director de La Prensa Gráfica y vicepresidente regional de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), y del Presidente de la República de El Salvador, Elías Antonio Saca. La principal discordancia fue entre la noticia de «asilo por persecución» y la «realidad del país», como lo manifestó con claridad el presidente Saca.

Para ser justos, la primera noticia fue confusa, apresurada y carente de investigación: las declaraciones de Castellanos Moya, de Holger Ehling, portavoz de La Feria del Libro en Francfort, y de Peter Ripken, de la Sociedad para la Promoción de la Literatura de África, Asia y América Latina en Alemania, llegaron poco a poco. Pero sí es muy claro que las principales reacciones negativas no se dieron a partir de la noticia, sino a partir de las elaboradas declaraciones y denuncias del señor Hernández, que comenzaron a circular de inmediato, tanto por los medios estables de prensa como por vías informales del internet.

«Por este medio», escribió en la larga carta que motivó esta respuesta, «solicito a los anfitriones de la ciudad de Francfort del Meno a que revisen el ‘caso’ Moya. Creo que merece toda la seriedad del caso, ya que se trata de implicar a todo un conglomerado, la República de El Salvador, en una burda mentira que no se sostiene». El señor Hernández empuja la noción de que este caso en particular representa un peligro para los intereses diplomáticos y económicos de El Salvador: «Este aspecto tan sensible, que puede afectar a todo un país, debe ser tratado de forma responsable por los anfitriones germanos, ya que tiene repercusiones directas en la política internacional y la ayuda para el desarrollo».

Este es el quid del argumento del señor Hernández: la beca recibida por Castellanos Moya no sólo es inmerecida, pone en peligro el futuro de El Salvador, estigmatizando a los ojos de la comunidad internacional su reputación como nación democrática. En consecuencia, el hijo pródigo de El Salvador no merece premios en su nombre; sus obras literarias constituyen una forma de traición a la integridad patria: a su nombre, a su literatura, a su «ambiente de despertar democrático».

Nunca antes había leído yo un ataque contra un escritor tan absurdo e irresponsable como este. Es increíble también que este ataque haya sido calculado, ideado y fraguado por otro escritor. Si Castellanos Moya, por sí solo, tuviese el poder de manchar la reputación internacional de El Salvador, al punto de poner en riesgo la ayuda para su desarrollo económico, seis millones de salvadoreños seríamos inmediatamente elegibles para pedir asilo político en Alemania. Perseguidos por un poder más grande que el estado, el ejército, la empresa privada y los medios de prensa, huiríamos en desbandada. Y Castellanos Moya tendría un país para sí mismo.

9.

«Me siento con la obligación ética», escribe el señor Hernández, «de hacer este pronunciamiento público ante una mentira tan grande, mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya se ha burlado de la buena voluntad de sus anfitriones alemanes».

Un elemento nuevo aparece en este párrafo: Castellanos Moya ha dejado de ser un escritor salvadoreño y se ha convertido en «ciudadano hondureño». Para un alemán los centroamericanos somos esencialmente iguales, y no podría reconocer el regionalismo xenófobo al cual apela el señor Hernández al utilizar ese gentilicio. Su utilización en este contexto es equivalente al uso de un calificativo racista en un contexto europeo. Es por eso que vincula su uso a su latente desestimación de los alemanes, contenida hasta el final de la carta: «Lamentablemente la burda maniobra mediante la cual el ciudadano hondureño Castellanos Moya ha manipulado a los anfitriones alemanes deja una lección. Se trata de que los criterios para escoger a los candidatos a ser refugiados de las ciudades santuarios, sean más serios, y no producto de las simpatías subjetivas o del accionismo ‘xenófilo’ que, en última instancia es igual a ‘xenófobo’».

Ahora resulta que el apoyo de los alemanes a Castellanos Moya es otra forma de racismo: una «simpatía subjetiva», la atracción a su novedoso exotismo.

10.

En el transcurso de su carta, el señor Hernández afirma, citando un reporte del PEN Club International, que en El Salvador sólo «figuran como perseguidos por haber denunciado un caso de corrupción de una transnacional en el país, tres periodistas salvadoreños, entre ellos Napoleón Altamirano y Laffite Fernández, que por cierto son periodistas de derecha. Pero de Castellanos Moya no hay señas». Esto no prueba absolutamente nada. Altamirano y Fernández son miembros poderosos de la prensa escrita que denunciaron valientemente un caso de corrupción. En relación con este caso, el reporte del PEN Club no utiliza nunca la palabra «persecution». El hostigamiento contra Altamirano y Fernández es de carácter legal, y ha sido ampliamente ventilado por los medios de prensa.

Sin embargo, esta alusión casual a la derecha es muy significativa, porque tal y como la carta del señor Hernández lo indica, la izquierda ahora constituye parte del status quo político. Y el hecho más importante que el señor Hernández omite en su carta es que los ataques más antiguos y persistentes contra la obra de Castellanos Moya provienen de la izquierda, de personas que confunden la literatura con la vida, la ficción con la verdad, y para quienes es insoportable la representación tan fiel, la verdad tan grotesca, que las obras de Castellanos Moya han hecho de ciertos sectores sociales de El Salvador, incluyendo la izquierda salvadoreña.

* * *

La carta del señor Hernández es la prueba más reciente y contundente del tipo de vejaciones, difamaciones y calumnias que Castellanos Moya ha tenido que soportar desde la publicación de su novela La Diáspora. Esa carta también demuestra por qué El Salvador es un territorio socialmente inhóspito para la estadía actual y permanente de Castellanos Moya. La actual propensión en los medios por aceptar, sin vacilación alguna, una perorata tan falaz como la escrita por el señor Hernández es lamentable y peligrosa, sobre todo porque su impacto en la opinión pública fue inmediato y estuvo a punto de precipitar un escándalo nacional. Ciertamente, Castellanos Moya no encontrará un espacio conducente a la creatividad literaria mientras sea asediado por un continuo torrente de declaraciones injuriosas capaces de incidir en la opinión pública, como las contenidas en la carta del señor Hernández.

En nombre de la justicia y la razón, creo que es necesario, señor Ripken, que tres cosas sucedan lo más pronto posible:

  1. El programa Ciudad Refugio de Francfort debe difundir un comunicado oficial para informar y explicar la naturaleza real de la estadía de Horacio Castellanos Moya en esa ciudad.
  2. Es necesario saber si la carta del señor Hernández está escrita, tal y como él lo afirma, con «el aval de los miembros de la Iniciativa de Hannover para Escritores perseguidos».
  3. Finalmente, si el segundo punto es cierto, valdría la pena saber, de forma oficial, y por mediación suya, si la Iniciativa de Hannover para Escritores Perseguidos conoce los términos en que la carta del señor Hernández fue escrita y si ellos comprenden y avalan las declaraciones reales contenidas en esa carta.

Pido también, formalmente, que la carta del señor Hernández titulada «El ‘caso’ Castellanos Moya» sea aceptada por el programa Ciudad Refugio de Francfort como una prueba contundente que legitima, más allá de ninguna duda, tanto la aplicación de Horacio Castellanos Moya como su aceptación por el Parlamento Internacional de Escritores.

Les ofrezco mis mayores respetos.

Atentamente,


Jorge Ávalos

[Originalmente publicada en El Faro, cita bibliográfica pendiente]